Barrancas del Cobre, a un paso del cielo

Diminutos en la inmensidad de las cañones, con casi dos veces mayor en profundidad que el Gran Cañón de Colorado, Arizona

Por Edgar Ávila Pérez

Sierra Tarahumara, Chih.-La diminuta figura de la niña sobresale en la inmensidad. Su amplia y colorida falda con llamativas y brillantes estampas de  animales, flores y frutas,  contrasta con la estampa natural que ofrece uno de los cañones más imponentes de México.

La chiquilla raramurí -nacida en la etnia de corredores a pie- camina en la orilla de un desfiladero, un paso entre montañas profundo, estrecho y de paredes escarpadas que quita el aliento de cualquiera. Serpentea por las rocas salientes de la nación Tarahumara.

Sin miedo, con la firmeza de un corredor nato, la niña marcha como pez en el agua en un sistema de cañones cuatro veces más grande en extensión (60 mil kilómetros cuadrados) y casi dos veces mayor en profundidad que el Gran Cañón de Colorado en Arizona.

“Estamos acostumbrados”,  dice el abuelo raramurí Hermenegildo Monarca Torres, un hombre que vive en lo más alto de las Barrancas del Cobre o también conocido como el Cañón del Cobre, un sistema de siete barrancas en la frontera norte del país.

“Allá no hay esto como aquí… en la ciudad es otra cosa y aquí no da miedo ya estamos acostumbrados”,  afirma desde el suroeste del estado de Chihuahua, donde la naturaleza ofrece una de las bellezas más soberbias.

Foto: Identidad Veracruz

En el corazón del mundo de los tarahumaras – en la Sierra Madre Occidental que atraviesa el estado de Chihuahua y el suroeste de Durango y Sonora- el Parque Aventura Barrancas del Cobre permite explorar de una forma diferente la bella Sierra Tarahumara.

Las siete tirolesas y dos puentes colgantes para sumar casi 5 kilómetros de recorrido, la vía ferrata que consta de rappel, escalada en roca y un pequeño puente colgante al que se accede por medio de un “salto de Tarzán”, solo es una forma de ver de manera distinta una cultura indígena milenaria.

Las casas de madera, adobe, cantera o piedra; o aquellas incrustadas en barracas donde habitan los raramurís, forman parte de los atractivos que incluyen el restaurante con espectaculares terrazas y piso de cristal, senderos para caminar, renta de bicicletas de montaña, paseos a caballo y el tercer teleférico más largo del mundo con 3 kilómetros de cable sin torres intermedias.

El teleférico se localiza en Estación Divisadero a un costado del mirador de Piedra Volada, cuenta con un sistema de vaivén, una cabina que va en un sentido y simultáneamente otra en sentido contrario.

Los 60 pasajeros viajan desde la Mesa de Bacajipare, un mirador que ofrece una imponente vista panorámica a la unión de la Barranca del Cobre, la Barranca Tararecua y la Barranca de Urique con una profundidad de mil 879 metros.

“Gusta vivir en la montaña”, agrega Don Hermenegildo, quien recuerda que sus abuelos siempre le pidieron que jamás  abandonara los cañones, que siguiera sembrando toda la vida.

“Aquí nacimos y que la sembraba, que no dejara la tierra, que siguiéramos sembrando que no la quite”, agrega el hombre que a su larga edad sigue cultivando maíz y frijol, pero también se convirtió en un prestador de servicios turísticos al contar la historia de su nación y de sus hermanos.

A pocos kilómetros de ahí, en el Mirador El Divisadero, junto a  la estación del ferrocarril, los niños corren en el enorme voladero, mientras sus madres moldean la palma y la palmilla para tejer canastas con una visión de un arte de altura.

Conviven con los turistas, les sacan el máximo provecho económico, pero siempre conservan su esencia, trepan  en los riscos y divisan su hogar, ese que recorren con sus pies rápidos y con ojos de profundidad.

 

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