Creel, la entrada raramurí que deja huella

Por Oscar Sánchez

Creel, Chihuahua.-En las entrañas de la nación raramurí, un mundo surrealista aparece a cada paso que se da en los bosques, peñas, cuevas, barrancas, lagos, cascadas y ríos de esta región del norte de México.

Desde Creel, el pueblo mágico considerado la puerta de entrada de la Sierra Tarahumara, el encanto de una tierra ancestral aparece no sólo con los nombres de cada lugar, sino con su gente franca y amable.

La cascada de Arareko, el Valle de los Hongos, el Valle de las Ranas, el Valle de los Monjes, y el Valle de los Dioses, forman parte  de un corredor que deja huella en el alma de las personas.

“Es otro mundo, no tiene explicación, es un lugar muy hermosa, haz de cuenta que es el paraíso”, dice Juan Carlos Aguirre, un hombre afable nacido en Creel, el pueblo emblemático de Chihuahua, quien dedica su vida a mostrar lo más bello de esta tierra

Se trata de un hombre blanco, que en las creencias raramurís es un “Chabochi” orgulloso de sus raíces y de convivir con los tarahumaras, su filosofía y la tierra que los vio nacer.

“Muy orgulloso de ser parte de ellos, aunque yo soy Chabochi me siento como ellos”, agrega Juan Carlos, quien conoce cada rincón y la cosmovisión Rarámuri como las líneas de la palma de sus manos.

Las formaciones rocosas, pinos y el estremecedor sonido del agua cayendo en el Valle de Mochogueachi son parte de la cotidianidad de este hombre que siempre admira con ojos de niño el caudal de 30 metros de altura ubicado al inicio de la barranca de Tararecua, en el Arroyo de san Ignacio.

Aprecia la plenitud de la Cascada Rukíraso y de la naturaleza en el mirador.

Además, recorre con alegría el sendero de tierra, bordeado por barrancas, que conducen a la la Cascada Rukíraso; así como las veredas del bosque de coníferas, encinos y álamos que rodean el bello lago Arareko con su imponente caída de agua.

Los niños raramurís lo reciben en las puertas del ejido San Ignacio de Arareko cantando una vieja melodía que los abuelos transmitieron. La misión jesuita del siglo XVIII, convive con las formaciones rocosas del Valle de los Hongos, de las Ranas y de los Monjes.

Se trata de grandes extensiones de tierra con enormes rocas que la naturaleza convirtió en figuras cotidianas para los humanos, que al lado de las caprichosas formas son diminutos.

Las leyendas dicen, recuerda Juan Carlos, que cuando un rarámuri te sonríe una parte de tu corazón se quedará enclavado en la Sierra Tarahumara, un mundo que atrapa el corazón y el alma de cualquiera.

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