Por Édgar Ávila Pérez
Xalapa, Ver.-En una iluminada pared, un conjunto de instrumentos musicales descansan sin dejar de respirar profundamente. La guitarra de son, violín y mandolina despiden una energía que contagia a la guitarra eléctrica, el bajo, laúd y hasta el acordeón.
La armonía de los instrumentales se mimetiza con Ramón Gutiérrez -un hombre con alma de madera-, y con su música tradicional, revolucionaria, autentica, profunda e improvisada. Todos son uno mismo en una liberación espiritual y explosión de sensaciones y sonidos.
“Soy un músico tradicional, con afinaciones antiguas de la música, pero también voy hacia el futuro”, se describe el sonero, compositor y laudero de 51 años. Un artista autodidacta con profundas raíces en una tierra que sabe reír y cantar.
En su espacio personal – una vivienda del Patio Muñoz, una antigua (más no vieja) vecindad de la ciudad de Xalapa- todo es un círculo que huele y suena a melodías de un veracruzano apasionado, libre, estudioso, espiritual y, sobre todo, feliz.
En un solo lugar, los instrumentos de laudería -como las gubias, formones, garlopas, cepillos, desarmadores, cortadores, cuchillos y bisturís-, conviven sin envidias y rencores con la guitarra de son, violín, mandolina, guitarra eléctrica, bajo, laúd y acordeón. Y bajo el aroma de madera fresca miran a un virtuoso bailar, cantar y componer.
Con sus instrumentos y sus sones jarocho, Ramón recorre el mundo entregándose plenamente. Por más de 40 países, que van desde Estados Unidos, Canadá, Holanda, Marruecos, Francia, Alemania y Austria, ha dejado una parte de sus raíces, esas que crecieron en la comunidad de Tres Zapotes, al lado del río Tlapacoyan.
Su madre María de los Ángeles Hernández Cobos lo parió en Carlos A. Carrillo, un municipio enclavado en la Cuenca del Papaloapan, una región veracruzana donde el Son se combina con la danza zapateada y la poesía cantada, pero creció en la zona selvática de Los Tuxtlas.
“Viví toda mi vida de mi niñez en Tres Zapotes, un pueblo maravilloso con la parte ancestral de la cultura Olmeca”, remarca y su mirada se pierde en un ayer donde se sumergía en las cálidas aguas del Río Tlacotalpan, donde la música llegó a su vida al lado de Don Sabino, un campesino que en sus ratos libres rasgaba las cuerdas de una maltrecha guitarra, y donde deambulaba por los campos a tragarse puños enteros de capulines y recolectar tomatitos.
Un ayer en un pueblo sin luz eléctrica, acompañando la noche con velas donde su abuela Catalina Castellanos de Gutiérrez, con una voz sombría y tenebrosa, le describía aquellos seres místicos que formaban parte de toda una herencia ancestral: los nahuales, hombres convertidos en animales que deambulaban por las sombras de la noche y los chaneques, pequeños seres que se atravesaban por el arroyo para hacer travesuras.
“Me daban miedo algunos”, admite y a sus oídos regresan esas leyendas de Doña Catalina. “Mi abuela me contaba que se le aparecía en el arroyo, no eran crueles y malvados, sino que te pierden, que te hacen travesuras y que les gustan los niños y niñas”.
Sus recuerdos recorren aquellas danzas de líseres, con campesinos vestidos de tigre, animal con una gran importancia en la región, para rendir tributo en las fiestas de San Juan Bautista y de Santiago Apóstol. Las batas multicolores para imitar la piel del felino, mientras su ojos veían a los bailarines enfrentarse en un combate simulado con sonidos naturales de los danzantes.
“Muy bonito, ahora veo el crecimiento y problemas que hay en el mundo y es una etapa que nos tocó a muchos, donde podías ir al campo y comer capulines, encontrar tomatitos”, se lamenta Ramón.
Afuera las tradiciones y una herencia indígena, africana y española;×adentro, en casa, un padre Ramón Gutiérrez Castellano, ganadero, músico, guitarrista, compositor y ante todo parrandero para emular a los personajes del cine de oro mexicano cantando las letras de José Alfredo Jiménez; pero también una abuela tocando y cantando boleros y sones.
“Me transportaba la música, sobre todo cuando tocaban el requinto jarocho. Me transportaba a una música ancestral, esa parte que uno sueña y piensa que has vivido muchas de estas ensoñaciones”, rememora. En Marruecos, evocó esos sonidos de su infancia y entendió que su música era universal, con semillas africanas, árabes y europeas.
Su padre se resistía a que sus hijos vivieran de la música, porque la concebía y la asociaba a la parranda, pero Ramón y sus hermanos tenían una visión distinta. Jaranero de corazón, se adentró en los pasadizos y rincones del Delta blues, uno de los primeros tipos de música del Mississippi, situado cerca de Nueva Orleans.
“Yo soñaba con ser músico, mi vida era ser músico y en Veracruz cuando joven descubrí el blues que es una de mis pasiones, tengo una gran influencia del blues y me volví un gran melómano escuchando Blues Delta”, dice, orgulloso.
En el puerto de Veracruz tuvo contacto con el Quinteto Mocambo, un grupo de son cubano; y en Xalapa compartió grandes veladas al lado del escritor Juan Vicente Melo; lo que dieron forma a su personalidad y su buen gusto.
“Veracruz para mi es el estado que influenció a toda esta república y que en algún momento tuvo los mejores compositores de música popular y la influencia de pensadores, de poetas, de literatos, Veracruz es el estado que marca el sincretismo de este país”.
Ha compartido escenarios con Zack de la Rocha, músico, poeta y activista estadounidense, vocalista y compositor de la banda de rap metal y metal alternativo Rage Against the Machine; así como con Billy Branch, el máximo referente del Blues de Chicago; y la pianista colombiana Claudia Calderón.
Fue fundador de Son de Madera, una prestigiosa banda de son jarocho, pero sigue aprendiendo, ahora al lado de sus hijos, que le indican como leer la música, sin dejar de lado a su máxima inspiración: Johann Sebastian Bach, el compositor, organista, clavecinista, violinista, violista, maestro de capilla y cantor alemán del periodo barroco.
“Siguen siendo mis grandes maestros, un mosaico universal y para todos los tiempos es Bach, me maravilló y vuelvo a inspírame, tengo composiciones inspiradas en Bach para mi abuela… es un músico revolucionario”.
Sin perder de vista el pasado, sus raíces, Ramón camina hacia el futuro, por eso quiere trasladar su música al Big Band, con sus tres secciones: metales, maderas y ritmo, lo que lleva en la sangre desde chaval en la selva del sur de Veracruz.
Desde su rincón de creación, se auto define como un padre, un hombre preocupado por su país, por su sociedad y entorno. Es un músico satisfecho por lo logrado en su vida, un sobreviviente a la crisis humanitaria y de valores que se vive actualmente.
Ramón dice ser un constructor de instrumentos… y de sueños musicales.