“Jamás hice un boceto”, afirma con una voz firme, que aún mantiene a pesar de una enfermedad terminal que lo tiene postrado en cama y que lo alejó desde hace cinco años de su gran pasión
Por Víctor M. Toriz
Veracruz, Ver.-Francisco Gali pintó cuadros realistas solo para demostrar que era un artista consolidado, para callar bocas. Pero eso poco le importó, siguió rompiendo moldes, ejerciendo su arte de la forma en la que le hacía sentir libre.
Autodidacta, dejó de ser médico veterinario cuando comenzó a notar que pasaba más tiempo rayando hojas de papel con su lápiz que ejerciendo la profesión que estudió, también de manera apasionada.
Sentía que el mundo se detenía mientras plasmaba lo que iba saliendo de su imaginación, en papel, en un lienzo, en los muros.
“Jamás hice un boceto”, afirma con una voz firme, que aún mantiene a pesar de una enfermedad terminal que lo tiene postrado en cama y que lo alejó desde hace cinco años de su gran pasión.
Su legado, sin embargo, se mantiene intacto en su casa, en galerías y en colecciones de particulares de admiradores o amigos suyos a quienes sin empacho decidió dedicarles algunas de sus obras en alguna ocasión especial o simplemente para celebrar su amistad.
En las paredes y rincones de su casa diversas piezas son más que parte de la decoración, muestran a un artista plástico multifacético que pudo desarrollar con detalle diversas técnicas para pintar y moldear cuadros merecedores de grandes museos en salas majestuosas de Nueva York lo mismo que en los muros abandonados en la zona urbana de Veracruz.
Su tema recurrente fue siempre Veracruz y la tercera raíz, la africana, cuya memoria genética heredó de su padre y, probablemente en generaciones anteriores, de su madre tlacotalpeña.
Sus murales, en un tiempo, decoraron espacios de la zona metropolitana de Veracruz, tres mujeres y los jarochos plasmados en bardas ubicadas son el recuerdo más nítido de su obra para el imaginario colectivo.
Algunos de estos todavía pueden verse, aunque dañados por el paso del tiempo; los labios pronunciados y los ojos grandes hacen que los veracruzanos se sientan identificados, mientras que los turistas que logran verlos ven plasmada la alegría que identifica a la gente de esta tierra, afirma el propio pintor.
Pero otro tipo de obras plásticas muestran que es un artista completo, reconocido lo mismo en el país que en el extranjero.
Un cuadro negro de cerámica de alta temperatura se desenmaraña en pequeños cuadrados que ilustran la conquista con fauna dibujada con detalles prehispánicos y bifurcaciones blancas que muestran palmeras y mar.
La misma técnica la utilizó para la elaboración de un hombre negro africano que posa desnudo junto a una mujer totonaca, también sin ropa, ambos viéndose en un gesto que invita al erotismo.
Su esposa Patricia, reconocida bailarina de ballet clásico, es la musa recurrente en algunos de sus cuadros. La imágen de una pareja que baila sobre un edificio que se levanta en medio del caos de una ciudad es su predilecto; es el pequeño que les basta a ambos para ser felices.
El mérito de su obra lo hizo merecedor a diversos premios entre los que se encuentran el Premio Baluarte, de la Superación Ciudadana y Personaje del Año que otorga el Círculo Internacional de Periodistas.
Pero es el reconocimiento que las personas dan a su obra el que más disfruta, como cuando una niña dijo a su compañera que era la jarocha del mural, sin saber que el artista se encontraba junto a ellas.
Francisco Gali vive actualmente postrado a una cama por una enfermedad terminal, hace unos días ganó un litigio laboral al Instituto Veracruzano de la Cultura, pero el desgaste emocional fue fuerte y mermó más su salud.
Su legado y su obra, sin embargo, se mantiene intacto y muestra el amor a la identidad de Veracruz.