En este lugar se construyó una alianza con 30 pueblos totonacas que permitió a los españoles conquistar la Gran Tenochtitlán
Por Édgar Ávila Pérez
Villa Rica, Veracruz.-En una escarpada montaña donde se miran las aguas del Golfo de México, los restos de una nación totonaca mantienen su esplendor construido en medio de una historia azarosa que significó el quiebre de la nación mexica y el esplendor de la Nueva España.
En el llamado Cerro del Metate, portentosas pirámides, plazas centrales y cementerios del Imperio Totonaca divisan hacía la playa de Villa Rica, donde hace 500 años fueron fondeadas las embarcaciones del español Hernán Cortes.
En la antigua ciudad de Quiahuiztlán, llamada por los indígenas “lugar de lluvia”, se construyó una alianza con 30 pueblos totonacas que permitió a los españoles conquistar la Gran Tenochtitlán, el centro cultural, político y militar del Imperio Mexica.
“Sin esa alianza no se hubiera dado nada”, resume el antropólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Omar Ruiz Gordillo, uno de los principales estudiosos de la conquista española.
Cortés, con sus 518 soldados, 110 marineros, 16 jinetes, 32 ballesteros, 13 escopeteros, 10 cañones y cuatro falconetes, había encontrado resistencias en Tabasco y al desembarcar frente a costas de lo que hoy es el puerto de Veracruz, sólo encontró arenales y lagunas de agua salada.
En Quiahuiztlán -que en la época prehispánica era un centro de acopio de impuestos de los pueblos sojuzgados por los mexicas- halló a más de 50 mil aliados totonacas que le permitieron transitar –dice el especialista- por tierras pacificadas y planear su estrategia de conquista.
“Es con una coalición de señoríos de 30 pueblos, por eso es tan importante ese evento porque decide todas las tácticas que seguirá Cortés, aunque creemos que realidad son los indígenas totonacas los que deciden a quién atacar”, afirma el especialista.
Y todo se hizo desde Quiahuiztlán, un pueblo ubicado a 30 kilómetros de la ciudad de Veracruz, envuelto en una maleza surgida de una montaña con un pico que divide la costa del Golfo de México y las Altas Montañas.
Al final de un camino angosto, sinuoso y de gran pendiente, aparecen los vestigios arqueológicos de una ciudad completa, con cementerios, terrazas, escalinatas, muros y un juego de pelota.
Desde las alturas -donde yacen cementerios con tumbas de entierros primarios y de entierros secundarios-, un mirador natural permite observar las aguas del mar y una laguna natural que en el pasado generaban un embudo por donde los totonacas registraban a cualquier intruso.
Un palacio con tres escalinatas y alfardas, en la plaza central una de las tres pirámides con piedras incrustadas en la cúspide al estilo mexica, porque el pueblo totonaca sufrió varias invasiones: en el año 800 fueron invadidos por los tolteca; en 1400 los aztecas y en 1500 recibieron a los españoles.
En los vestigios, un Coatepantli, estructura donde se encontró un adoratorio y una plaza con un edificio dividido a la mitad mediante un pasillo estrecho, se cree se rendía tributo a los dioses mexicas Tlaloc y Huitzilopochtli, los dioses de los invasores.
Cortés, recuerda Ruiz Gordillo, llegó a un islote llamado San Juan de Ulua frente a lo que es el puerto de Veracruz, pero al carecer de condiciones para alimentar a su tripulación, viaja hacía el Río Huiitzilapan, donde se encontraba una población que al verlo huyó del lugar. Se trataba de lo que hoy es conocido como La Antigua o la Vera Cruz Antigua.
Prosigue su camino hasta Cempoala, una de las ciudades prehispánicas más importantes de la Costa del Golfo con evidencias del estilo Olmeca, aunque en el periodo Posclásico fue capital de los Totonacas.
“Cortés queda admirado por Cempeoala”, afirma el investigador. El lugar llegó a tener 25 o 30 mil habitantes y una de sus características más sobresalientes es un conjunto de anillos escalonados, una herramienta construida con la finalidad de computar el tiempo.
La ciudad indígena de Cempoala junto con Quiahuiztlán, sorprenden al español y es ahí donde conoce el poderío de los Mexicas, quienes mantenían sometidos a 30 pueblos del Golfo de México desde el centro de la poderosa nación mexica (llamados en la historiografía tradicional aztecas).
“Estando Cortés en Quiahuiztlán es avisado por El Señor de Cempeoala que están los recaudadores de impuestos, y Cortés manda a apresarlos, los detienen. En la noche libera a dos y a dos más los resguarda en los barcos (…) con ello ya tienen de su lado a los Totonacas porque ahora tienen miedo que sean tomados en batalla por los de la Gran Tenochtitlan”, afirma.
Los estudios señalan que la Villa Rica de la Vera Cruz ocupó tres lugares a conveniencia de los recién llegados: en los pies de Quiahuiztlán, en La Antigua y finalmente en lo que hoy es el puerto de Veracruz.
“Con el tiempo Quiahuiztlán será abandonado… cuando la Villa Rica es trasladada a La Antigua, que en realidad se llama Veracruz La Antigua, viene la presencia de la peste, viruela que diezma a la población indígena hasta que pasan a ser pueblos desérticos”, dice.
A 500 años de esa alianza firmada en Quiahuiztlán, los restos de la ciudad siguen inamovibles, se recuerda la llegada de Cortés, la conquista de la Gran Tenochtitlán y la cultura totonaca sigue viva en el norte de Veracruz.
Desde Papantla, a unos metros de la pirámide de El Tajín, en El Kantiyán, conocida también como Casa de los Abuelos, los colores y sabores de las ofrendas de comida, flores e incienso inundan el ambiente donde los sabios totonacas piden permiso a la madre tierra y realizan rezos.
Y en la cercanía del Solsticio de Verano, los ancianos encabezan la tradicional Ceremonia del corte, arrastre y siembra del Palo de Volador, un símbolo de preservación autóctona para rendirle tributo al Dios Sol y a la Madre Tierra, los dioses de aquellos que pactaron con los españoles.