Por Édgar Ávila Pérez
Xalapa, Veracruz.-Docenas de desarmadores y pinzas modificadas cuelgan de impecables mostradores de madera en un reducido cuarto donde un hombre de 84 años de edad devuelve, día a día, la vista a miles de personas.
Los sopletes, taladros, tornillos, varillas, bisagras, gomas y forros, todos ellos acomodados de manera perfecta, forman parte de los utensilios de trabajo de Don Jesús María Aguirre López, un hombre que durante 60 años ha dado luz a niños, niñas, mujeres y hombres que fueron perdiendo la vista.
Con su pantalón de vestir impecable, una camisa a rayas y tirantes, de esos que se encuentran en peligro de extinción, el cuenqueño que se convirtió “más xalapeño que los chiles”, mantiene en pie un “Hospital de Anteojos” y con ello un oficio que se extingue.
“Tuve un tío, un hermano de mi papá, que era mecánico pero que hacía de todo y me enseñó a hacer de todo”, rememora Jesús María con sus arrugas bonachonas y una discreta sonrisa de un hombre feliz.
Su madre siempre le decía que era siete oficios y 14 necesidades, pero al final durante seis décadas se dedicó a un oficio que permitió a miles de personas andar por las calles con una visión al cien por ciento.
“Trabajaba en una óptica de mi cuñado, Óptica Moderna de la calle Juárez y ahí empecé yo a hacer reparaciones”, cuenta. Habían contratado a personas externas para realizar las soldaduras de las piezas rotas o fracturadas, pero invariablemente entregaban a destiempo.
Con siete oficios encima, como decía su mamá, se compró un soplete y empezó a hacer soldaduras. Todo se le dio de manera natural “y de ahí me fui y ya después me dediqué a esto”, suelta.
“Vi que quedaban bien y dije de aquí soy… sentí bonito”, agrega con una alegría desbordante que jamás ha perdido en los años que ha mantenido su negocio en una de las principales avenidas de esta ciudad de Xalapa, capital de Veracruz.
Ninguna reparación es difícil, dice. Una vez agarrando el modo se hacen soldaduras y en la pasta las bisagras y varillas. “Me siento muy satisfecho, muy a gusto con mi trabajo”, insiste una y otra vez, como para que no quede duda.
Los tornillos que colocó en desvencijados armazones y las patas chuecas que reparó por miles permitieron sacar adelante a sus cinco hijos, su mayor orgullo y un reflejo de lo logrado por su diminuto hospital.
En medio del nosocomio, con el pecho inflado describe a cada uno de ellos: uno es guitarristas, da clases en conservatorio y en el Instituto de Música; otra es chelista y toca en la sinfónica de Aguascalientes; uno es chef en Playa del Carmen; una más maestra en inglés.
El quinto, bien dicen que no hay quinto malo, intentó el violín, viajó a Ciudad Juárez a un concierto, conoció a la mujer de su vida y se quedó a vivir en la frontera norte, pero conservando la tradición del padre.
“Son cinco hijos y la alegría que al menos uno se dedicó a esto. Y estoy orgulloso de todos ellos, se han hecho muy buenos, trabajadores, honestos y nunca han andado con sinvergüenzas”, asegura con la firmeza de un padre.
Sabe que las condiciones del oficio cambiaron por completo. Hay una crisis económica generalizada de una sociedad trabajadora y también la aparición de lentes desechables, lo que ha mermado su actividad.
“La verdad las ganancias están muy amoladas, antes era buen negocio ahora no, porque ahora fabrican armazones de la peor calidad que ya no tienen reparaciones, ya no hay manera de repararlos”, se queja.
En el pasado, los “ojos” de repuesto eran de aleaciones clásicas (fundición de alpaca) que permitían ser más flexibles. “No se rompían antes, eran de alpaca no como ahora de acero, el acero se quiebra”, describe.
Ahora también los hay de plásticos desechables, por lo que si antaño llegaba a reparar entre nueve o diez lentes, ahora tres ya son muchos. “Da tristeza, ha habido varios que se han puesto pero no sirven para nada y la gente llega aquí”, suelta.
La crisis le preocupa, pero jamás lo vence. Con precios que parecieran de otra época –que van desde los 10 pesos por un tornillo hasta 75 por una soldadura- mantiene la fuerza para restaurar uno de los cinco sentidos, aunque sea a través de lentes que permitan a sus clientes percibir la luz y conocer la forma, el color, la distancia, el tamaño y el movimiento de los objetos.
Y lo hace con un solo ojo funcionando y desde un local con un color amarillo chillante ubicado en la avenida 20 de Noviembre. “Mientras dios me permita estar parado aquí estaré”, sentencia Don Jesús María.