Por Édgar Ávila Pérez
Xalapa, Veracruz.- A las afueras del mítico cine París, sobre el Paseo de la Reforma de la capital del país, los gritos de un chaval fuera de sí retumbaban una y otra vez. Hasta las inmediaciones de la Glorieta de Colón las voces de un niño desesperado eran percibidas con angustia.
“¡Me robaron mi pierna / me robaron mi pierna!”, aullaba el chamaco llamado Ricardo Benet desde el interior de la sala de mil 500 butacas que exhibía ese día, como habitualmente lo hacía, cine europeo. A las afueras retumbaba, cual sismo, la fachada acristalada, coronada por una marquesina con la palabra París.
“¡Sáquenme de este cine París! / ¡Sáquenme de este cine París!”, arengaba el niño de cuatro años, en gritos que seguramente hubieran hecho temblar a los arquitectos del lugar Juan Sordo Madaleno y Jaime Ortiz Monasterio y a la creadora del mobiliario Clara Porset.
El escándalo obligó a la suspensión de la cinta. Se encendieron las luces que deslumbraron a los espectadores, el acomodador de la sala llegó hasta el punto donde surgían los alaridos de terror. Y al ver a ese niño, con una pierna metida entre las butacas de madera, lo entendió todo.
El mocoso, llevado por su madre Cliseria, hizo lo que todo niño hacía. Jugar con los asientos: asiento arriba, asiento abajo, asiento arriba, asiento abajo. Y después de las tres primeras imágenes del Séptimo Sello -la película sueca escrita y dirigida por Ingmar Bergman- cerró los ojos.
Se había dormido con la pierna metida entre las butacas. Al despertar, con su extremidad adormecida, no se encontró completo así mismo y entró en pavor. Los chillidos surgieron de manera natural al lado de una madre muerta del coraje y de la pena.
“Y esa fue mi entrada triunfal al cine”, suelta, literal, doblado de la risa el veracruzano Ricardo Benet, creador de Noticias lejanas (2005), cinta que obtuvo 24 premios nacionales e internacionales, entre ellos tres Arieles (2006): Mejor Actriz, Mejor Coactuación Femenina y Mejor Ópera Prima; Premio del Jurado en el Festival de Cine de Biarritz (2005); Mejor Película en el de Mar de Plata (2006) y, Mejor Director Iberoamericano en el de Málaga (2007).
“Así entré al mundo del celuloide… o de las butacas”, insiste con una sonrisa el director de cuatro cortometrajes, tres documentales y dos largometrajes; y fundador de los talleres audiovisuales del Centro de las Artes Indígenas del Parque “Tajín” en Papantla, cuyo fruto fueron 20 cortometrajes.
La realidad es que porta el virus cinematográfico desde casa, con su padre, un ingeniero egresado del Instituto Politécnico Nacional, hablando dos idiomas más su lengua materna, viajero constante y asiduo al cine convencional: películas de vaqueros, Cine Negro, ese género que se desarrolló en Estados Unidos y las novelas de la escritora y dramaturga británica Agatha Cristi.
Y, sobre todo, con su madre Cliseria, una mujer a la que considera como “una persona más rural” pero con un gusto por el verdadero arte, un cine más codificado y cine de arte que inundaba las paredes de su hogar, ese hogar donde la presencia de Sofia Loren y Marcello Mastroianni era tan habitual como el lechero.
“En la casa se hablaba de Sofia Loren y Marcello Mastroianni como si fueran a llegar a comer”, rememora.
En su pubertad se decantó por el Cine Circo de John Wayne, el gran The Duke, el símbolo de lo rudo y masculino; y de Claudia Cardinale, la actriz italo-tunecina cuya sexi imagen en posters era pegada por miles de chavales en las paredes de los cuartos juveniles; pero también por el Cine de Romanos, con Ben Hur, Espartaco y la Caída del Imperio Romano, cintas que hicieron época.
“El verdadero click fue por ahí de los 15 o 16 años”, dice. Y la seriedad inunda su rostro. Al lado de Cliseria, su incansable madre, observó en las pantallas al personaje de una radiante Mónica Vitti sufrir un grave accidente de coche y cargar a cuestas las secuelas psicológicas en la cinta El Desierto Rojo, dirigida por Antonioni.
“Para mí fue como una carga, un nocaut, entrar a la otra posibilidad del cine que parte de anécdotas. Pude explorar tanto en hora y media: puede ver texturas, colores, sentimientos, sensaciones, emociones que si bien no las comprendí del todo las percibía. Salí apabullado y entones dije: yo quiero esto”, afirma, con una emoción contenida.
Fue como leer Rayuela del argentino Julio Cortázar y Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo. “Ya no eres el mismo, eso paso, vi el cine como algo de otras profundidades y de otras maneras de entender y de vivir”, admite.
Cuando era niño migró con su familia de la pequeña ciudad de Cardel, Veracruz, a Navojoa, Sonora; más tarde, se mudó al Distrito Federal, donde estudió arquitectura, para luego moverse a Florencia, Italia, y así cursar una maestría en Historia del Arte.
También recorrió París para ilustrarse en fotografía y, de regreso a México, estudió cine en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Hoy ve de una manera muy distinta su pasión, esa que se escondía en su alma cuando gritaba en el Cine París.
“El cine es la realidad anexa, es este otro que quisiéramos ser y que quisiéramos vivir. Bien decía Emilio García Riera (escritor, actor, historiador y crítico de cine español) que el cine es mejor que la vida y tenía razón”, describe.
Ahora, a la distancia de aquel chaval atrapado en las butacas y de aquel joven impactado por El Desierto Rojo, describe sus creaciones como un rompecabezas de contemplaciones que intenta -no siempre con suerte, dice-, narrar una historia.
“Es ese rompecabezas: me he contado y me he vivido la vida. Por ahí dicen que el cine tiene que ser verosímil porque la vida no lo es, nuestra vida está llena de puros pedazos que tratan de conectarse y que no tienen lógica alguna, en el cine también son episodios, montones de pedazos”, agrega.
El creador de Noticias lejanas (2005) y Nómadas (2010) ahora incursiona en Cine 3-D y sigue moldeando su tercer largometraje sobre una mujer rarámuri que migra en busca de su hijo: Buscando a Rita.