Édgar Ávila Pérez
Pekin, China.-
El color rojizo de puertas centenarias rompe con el grisáceo que envuelve a cientos de antiguas casonas que se erigen orgullosas en el corazón de Pekin.
En las entrañas de los hutongs (callejones y patios) fundados hace más de 800 años, se respiran viejas tradiciones de un Imperio en constante movimiento y que se renueva de la mano de los avances tecnológicos.
En las cercanías de la Ciudad Prohibida -donde vivían los emperadores-, el puñado de hutongs son como la cabeza de un alfiler en un mapa de una ciudad de 27 millones y medio de habitantes, la capital China.
A los bordes de ese reducto antiguo de una Pekín, surge una ciudad con explosiones de olores, colores, sensaciones y movimientos caóticos pero en perfecta sincronía.
La amabilidad, inocencia y solidaridad de los pekineses, contrasta con la presión de su día a día por el trabajo, por demostrar ser buenos hijos, estudiantes y encontrar esposo o esposa.
Cargan una dedicación por hacer crecer en tiempo récord su ciudad, una urbe que se hunde en un tráfico intenso, con un enjambre de motos eléctricas y bicicletas silenciosas, terror de los peatones.
Entre hileras de edificios departamentales y monumentales construcciones modernas, tienen prisa en extinguir el papel moneda y perpetuar el pago de servicios con código QR; el mismo destino de los supermercados, porque millones realizan sus compras por internet con la consiguiente generación de miles de toneladas de basura.
“No quiero decir que es fácil describir la cultura de China, pero no se puede tener una imagen de Dragón o de Panda, sino hay una forma de pensar que tiene su carácter especial”, afirma la investigadora asociada de la Academia China de Ciencias Sociales, Hannan.
Desde las altas esferas del gobierno de Xi Jinping y del Partido Comunista, se impulsa una intensa campaña de armonía, respeto a los semejantes y el buen vivir que permea en todas las generaciones de la urbe.
“Hay una similitud entre la cultura China y América Latina, como la indígena, porque ofrecemos una idea de hacer esfuerzos para que se tenga una vida buena”, agrega la integrante del Instituto de América Latina de dicha academia.
Las dos Pekín
En cada una de las 370 estaciones del metro, en horas pico o bajas, miles de personas cargan dos cosas: un celular y un termo con agua caliente.
Las 22 líneas del servicio de transporte subterráneo son un hervidero de gentío que en completo orden ingresa a cada milímetro de los 600 kilómetros de extensión del sistema.
En las manos, invariablemente, cargan su móvil y su vida misma: su QR para hacer todo tipo de transacciones (tan solo al primer semestre del año un total de 621 millones de chinos utilizaron los pagos móviles, según el Centro de Información de la Red de Internet). El celular también porta sus aplicaciones para ordenar alimentos (421 millones pidieron comida en línea en seis meses), bienes y servicios; sus contactos, sus trabajo y su familia. Todo en un aparato.
En sus mochilas o colgando de cintas, termos con agua caliente que toman constantemente para regular su cuerpo, para jamás enfermar. Y todos aquí conocen la frase célebre: el agua caliente, la medicina de todos los males Chinos.
A las afueras de los túneles del metro, una ciudad que siempre gira, con miles de bicicletas aparcadas en anchas banquetas en espera de ser rentadas con apps; hombres, mujeres y niños viajando en motocicletas sumamente silenciosas y nada contaminantes; y, por supuesto, los repartidores, una calamidad en dos ruedas para propios y extraños.
Millares de automóviles en las rúas de hasta 10 carriles y otros más en garajes o aparcamientos en espera de hasta dos años para que el gobierno central les autorice placas para circular, porque en esta ciudad hay una cuota reducida anual para obtener ese permiso.
Vehículos de todas las marcas existentes en el planeta, en una concentración donde conseguir un piso (departamento) puede llegar a costar hasta 20 mil dólares un metro cuadrado en el centro, siempre bajo la sabiduría que los bienes son prestados por el Estado.
Ya sea de día o de noche, movimiento, solo movimiento, como en el Barrio Shichahai del Distrito Xicheng, una zona de amplios lagos bordeados por modernos bares y centros nocturnos con música viva que frecuentan jóvenes chinos.
Desde el interior lo mismo surge, en idioma Chino, “Knockin’ on Heaven’s Door” de Bob Dylan; que Cheng du del cantante local, zhao lei y hasta Zhou jielun del taiwanes Jay Chou.
Los árboles sauces, con su constante tristeza en sus hojas, abrazan a las dos pekines, la moderna y la antigua, está última reflejada en los hutongs, una sucesión de viviendas edificadas hace siglos en color gris, donde lo mismo conviven tiendas, restaurantes, cafeterías y viejos establecimientos de té tradicional con olores exquisitos, pero también baños públicos que hieden orines.
Uno de ellos es el callejón de Shijia, ubicado en la zona de Chaoyangmen, donde en la antigüedad vivían diplomáticos, escritores y artistas de todas las áreas. Y hogar del Museo del Hutong Shijia, la antigua residencia de Ling Shuhua, famosa escritora de los años de la República de China (1912-1949).
Son 80 patios, de los cuales 32 son los mejor conservados. En cada uno de ellos un promedio de 30 personas, entre ellos Zhang Qiuyun, una habitante del lugar que realiza recorridos en la zona.
“Me dedico a esto porque quiero promover la cultura y que las próximas generaciones sepan de la inteligencia del pueblo Chino”, afirma la mujer menudita que como todas habla con una rapidez sorprendente.
Una ciudad con gran tradición, con vínculos a lo ancestral, pero nueva e innovadora, con olores diametralmente opuestos pero unidos entre sí en su metro, barrios, zonas habitaciones y centros comerciales.