Édgar Ávila Pérez
Tianshui, Gansu, China.-
Una espesa niebla cubre las entrañas de una región llamada “agua celeste” y en medio de la bruma sobresalen -en puntos opuestos-, cientos de cuevas excavadas sobre laderas de altos montes y un colorido templo, las raíces espirituales de una joven nación con un pasado milenario.
En medio de bordes montañosos que abrazan Tianshui, dos sitios considerados como el origen de la sabiduría humana y la civilización china conservan su estructura mundana, pero también su significado espiritual, sus principios morales, bondad y compasión que los vieron nacer milenios atrás.
Las cuevas de Maijishan con sus siete mil 200 esculturas talladas casi en el cielo y sus mil metros cuadrados de frescos representan los principios budistas; y el Templo Fuxi, con sus estructuras y árboles místicos, muestran la cuna del Yin y el Yang.
Ambos germinaron en Tianshui, la segunda ciudad más grande de la Provincia Gansu situada al lado norte de la Cordillera Qin, junto al Río Amarillo y Rio Yangtze. Una región china con una larga historia y una cultura que trasciende fronteras.
“Aquí conviven 5 culturas: la de Fuxi, Dadiwan, la del Periodo Inicial de la Dinastía Qin, la de Cuevas y la del Campo de Batalla de los Tres Reinos (…) Tianshui se ha convertido en un lugar donde todos los chinos podemos encontrar nuestro raíz”, describe la vicedirectora del departamento de comunicación exterior del Comité del Partido Comunista en Tianshui, Yang Qingming.
La ciudad tiene una historia larga y una cultura espléndida, es donde nació Fuxi, un legendario antepasado y emperador del pueblo chino, con una historia civil de más de ocho mil años y la fundación de la ciudad se remonta a dos mil 700 años.
Fuxi, cuna de la filosofía oriental
Una mujer atraviesa la maciza puerta rojiza de madera, un templo la recibe con 30 frondosos y milenarios arboles, algunos de ellos con huecos donde caben hasta cinco personas. Las antiguas tejas, los techos en triangulo y los grandes espacios verdes la miran.
Carga sobre los hombros un abrigo en rojo intenso, camina con paso firme por las estructuras construidas en la dinastía Ming (1368-1644) y llega al centro del templo Fuxi, concebido para honrar a Fuxi, un legendario antepasado y emperador del pueblo chino.
En medio de un verde jardín enciende unas velas alargadas, hace una reverencia y ora por algunos minutos. Cierra los ojos y se le observa en un profundo trance.
“Viene a encender el fuego y conmemorar a los antepasados, porque ellos tienen un significado importante para nuestra civilización”, afirma la mujer originaria de la provincia He’nan. Como cada año, peregrinó a la parte oeste de la carretera de Fuxi, en la ciudad de Tianshui, para visitar el templo en honor a un personaje de mitología antigua china considerado como el primero de los tres emperadores, quien inventó los ocho diagramas y así dio inició a la sabiduría humana y a la civilización china.
“Tenemos el mismo antepasado, pero nos dividimos en distintas naciones. Somos herederos del Dragón. El dragón tiene ocho hijos y los ocho se marcharon para todas partes del mundo y así nacieron todas las naciones”, afirma.
Se adentra a una de las viejas casonas donde una colosal estatua con el rostro y cuerpo de Fuxi, el hombre al que se le atribuye la creación de los trigramas o Pa Kua, los símbolos básicos o imágenes de la filosofía oriental.
“Tengo una sensación muy emocionante y cada año siento que tengo que venir acá para agradecer a los antepasados”, afirma. Hace constantes reverencias a ese emperador que creó los trigramas compuestos por tres líneas que pueden ser quebradas Yin y/ o enteras Yang.
Las combinación de tres líneas yin y yang dieron lugar a 8 trigramas que representan las fuerzas básicas de la Naturaleza: El Cielo, La Tierra, El Trueno, La Montaña, El Agua, El Fuego, El Lago y El Viento.
“Es algo que viene del espíritu y para gente como yo, que creo en este sentimiento, tiene su propia lengua para comunicarse con el cielo”, describe y abandona con una serenidad el templo por una de las puertas que antaño sólo estaban destinadas para los emperadores.
Visitar las nubes del budismo
Un banco de niebla cubre un monte de 150 metros de altura. Entre la bruma se vislumbra una pared rocosa sosteniendo un laberinto de escaleras rojas que cuelgan en lo alto, casi en los cielos.
Las escalinatas que parecieran carecer de entradas y salidas bordean la Montaña Maiji, con forma de un puñado de trigos, que albera uno de los patrimonios mundiales declarados por la Unesco: cuevas de Maijishan, un lugar con alma de budismo.
Las más de siete mil 200 esculturas budistas moldeadas en arcilla sobre madera o un armazón de piedra, son el alma de las 194 cuevas excavadas sobre la ladera del monte, un sitio que se conecta al cielo.
El complejo rupestre parece irreal… imposible, pero ahí dispersas en diez niveles sobre una escarpada pared rocosa, las esculturas –entre ellas del Buda Amitābha, flanqueada por las de Avalokiteshvara y Mahasthamaprapta- resisten el tiempo.
La libertad espiritual del budismo aparece, por ejemplo, en la cueva más grande Sanhua-lou con sus siete nichos cuadrados de piedra, con 12 estatuas en cada uno de ellos y un Buda central acompañado de un bodhisattva y un discípulo.
Esculpidas por monjes budistas que llegaron a través de la Ruta de la Seda del Norte y, más tarde, por los budistas locales, las cuevas con sus tesoros reflejan a un país cuyos habitantes profesan en su mayoría el budismo en sus más de 13 mil templos y 200 mil monjes y monjas a lo largo y ancho de la nación asiática.