Édgar Ávila Pérez
Xalapa, Veracruz. –
Aquellas ilustraciones de los libros de texto de su infancia, en los años ochentas, con sus trenes, barcos, animales y las historia de los murales de Camarena, Siqueiros, Rivera y Orozco, lo atraparon en un mundo donde aprendió a desprenderse y mirarse desde afuera.
Y luego con aerosol en mano, Omar Flores Rojas se apropió de antiguos y abandonados edificios para transformarlos y rescatarlos para el arte, ese que aprendió en los salones de clases, con grafiteros y talleres independientes.
Desde su natal Acayucan, considerada la puerta del sur de Veracruz, donde en lugar de tomar dictados copiaba en su libreta las imágenes de sus libros, pasando por la llamada Puebla de los Ángeles, donde convertía paredes grises en arcoiris, el muchacho acabó convirtiéndose en Esock, el artista urbano.
“Pintar es algo tan maravilloso que en realidad no hay como se pueda explicar en palabras, creo que es como estar arriba del piso: te pierdes, empiezas como a flotar y ahí te quedas, en ese momento llega la inspiración y desde afuera mirar como trabajas. Es desprenderte”, dice de forma sencilla.
Los colores inundaron su mente y su arte, pero también crearon la dualidad en sus obras: un trozo de realidad y uno más que se pierde en lo mágico del pasado prehispánico de cabezas olmecas, maíz, son jarocho, xoloitzcuintles y ocelotes.
“Mostrar lo que somos, de dónde venimos con degradaciones de colores, con muchos símbolos prehispánicos, agua, luz y la palabra como la parte moderna”, describe el artista que con su mundo multicolor ha recorrido los rincones de un México vivo.
Las tonalidades mexicanas, desde rojo violeta y el turquesa, y lo mágico del sur de la tierra que lo vio nacer en sus cuadros encontraron acomodo en viviendas y galería de Cancún, Guadalajara, Ciudad de México y Tijuana, pero además a Francia, Ámsterdam, Guatemala y El Salvador.
“Siento que es reflejar todo a través del color, símbolos, degradaciones de color, entrar a una realidad y meterte a lo mágico que te captura”, agrega el artista de piel morena.
Hombre sencillo, entendió que su tarea era además enaltecer la identidad y la memoria de su pueblo: a través de talleres recorre pueblos del sur promoviendo el arte y la cultura comunitaria.
Y lo hace a través de centros y espacios de rescate cultural como la Casa Nadie, el Centro de Documentación del Son Jarocho y Colectivo Cascabel, entre otros.
Sabe que su pintura lleva compromiso y un mensaje que remite a los orígenes de una tierra que sabe sufrir y cantar.