Miguel Ángel Contreras Mauss
Córdoba.- Encima de cientos de casas de El Barrio de las Estaciones, se eleva una antiquísima y derruida estructura que funcionó como una de las fábricas de puros más antiguas y exitosas del México que se fue y que se añora.
Entre las avenidas 11 y 13 de la ciudad de Córdoba, el edificio ocupa una manzana completa. En lo alto de su estructura, todavía luce partes del reloj suizo que repicaba en toda esta zona, pero que al igual que la vida económica de esta parte de la ciudad se ha quedado detenido.
Las viejas ruinas de El Buen Tono, la Compañía Cigarrera fundada en 1884 que se convirtió en una de las más prósperas e influyentes empresas de la época porfiriana, resisten el implacable paso del tiempo.
Sus paredes resguardan celosamente el pasado, aquel que muchos quisieran regresar. La fábrica de puros fue la primera expresión industrial en la llamada Ciudad de los 30 Caballeros y la región.
En la construcción que contaba con oficinas, salones de envoltura y de máquinas, taller mecánico, carpintería, depósitos de tabaco y caballerizas, la vida comenzaba a las 04:00 de la mañana.
Cientos de personas salían a la calle a laborar en distintos quehaceres, ya sea relacionados con los trenes de pasajeros, el comercio y en las distintas empresas.
Manta al hombro o enrollada en la cabeza, cuerpos sudorosos, atléticos por el esfuerzo máximo de cargar, así eran aquellos trabajadores de la compañía puesta en marcha por Don Ernesto Pugibet, empresario de origen francés avecindado en México.
Albergó a Cigarrera el Buen Tono y posteriormente a la empresa Tabaco En Rama. Fue en 1961 cuando Don Miguel Escárcega y su esposa Etelvina González adquirieron el inmenso y antiguo inmueble.
Procedentes de Soledad de Doblado, donde vivían de una fábrica de hielo, el matrimonio arribó a Córdoba a inicios de 1960 y un año después adquieren el edificio para continuar con su próspero negocio de fertilizante.
La hija adoptiva de Luis y Magdalena, recuerda que en ese majestuoso edificio vivió parte de su infancia y al verlo ahora en ruinas los sentimientos se entremezclan.
Recuerda que cuando llegaron las ventanas eran de madera de persiana que en las noches se oía un rechinar.
“Las cortinas de las ventanas parecían telones, eran de cinco metros de altura. El área habitable constaba de 5 recámaras, dos salas, 1 comedor, la cocina y 3 baños. Sumando a esto todo el patio de la azotea donde jugábamos”, narra.
El piso era marsellés, una escalera tenía 63 escalones que en sus juegos contaba uno a uno.
En el 2005, su hijo y quien fuera su esposo Luis Romero, vendieron el edificio a un empresario local. De la construcción de la fábrica solo quedan ruinas, donde en la torre y el altillo de la imponente edificación se refugian alimañas y millones de murciélagos.