Catemaco, una fotografía para el alma

Carolina Miranda

Catemaco, Ver.- En las entrañas de la última selva del norte de América, un lugar llamado Catemaco es una tierra de encanto y tradición donde todo parece magia.

El pueblo es el centro de un territorio de majestuosas islas y montañas que rodean a una portentosa laguna, la tercera de mayor extensión en México.

Morada de la Virgen del Carmen, pero también de chamanes y brujos que adoran a fuerzas blancas y oscuras, atracción que hizo de Catemaco uno de los destinos turísticos más famosos en el globo.

Una aventura indescriptible en lancha, un gusto para el paladar con sus ricos tegogolos y su característica carne de chango (que en realidad es de cerdo) y, una fotografía para los ojos desde cualquier ángulo.

Los sentidos explotan en cada paso que se adentra al lugar; el gusto entra en una fase de éxtasis con el topote, los tegogolos (caracoles de agua dulce) y la anguila, extraídos de las profundidades del lago y preparados por manos de hombres y mujeres que aprendieron las recetas de sus abuelos y sus padres

Los sabores y olores extraídos del agua, se combinan con aromas con un dejo de picante de la Carne de Chango”, carne de cerdo ahumada con hojas de olor que rinden un tributo a la isla de los monos, habitada por una colonia de macacos tailandeses implantada para su estudio por investigadores de la Universidad Veracruzana.

Las lanchas de los pescadores locales abren, cual navaja afilada, las mansas aguas de la Laguna de Catemaco, donde se adentran por sus once kilómetros de extensión hasta llegar a la Isla de Los Monos, y el sentido del oído estalla con los gritos de los monos y el barullo que arman, la piel se enchina ante el brincoteo por los árboles de los macacos.

La abundante vegetación solo es el camino para reductos de selva virgen únicos en Norteamérica, como la Reserva Ecológica de Nanciyaga con sus cabañas a la orilla del lago y una quietud que brinda el mismo sonido de la naturaleza, con sus cantos de aves y animales salvajes.

Las raíces afrocubanas y afrohaitianas, herencia de la conquista y parte de la historia de la esclavitud negra, envolvieron a esta región en un misticismo por su magia negra y blanca que cura el mal de amores, el mal de ojo y hasta la mala suerte.

La llamada “Tierra de los Brujos”, sana heridas espirituales y también -dicen- cobra viejas venganzas y rencillas, aunque en realidad es una rara mezcla de la fe católica, la santería, vudú y las creencias indígenas de antaño.

Catemaco, una joya de la gran Reserva de la Biosfera de Los Tuxtlas, que alberga la mayor diversidad biológica del estado, que se caracteriza por la notable diversidad de especies vegetales y animales y por los importantes servicios ambientales que presta, tales como captación y abastecimiento de agua, regulación del clima, captura de carbono y gran valor paisajístico.

Aquí se conjugan culturas, tradiciones y costumbres, tanto indígenas como criollas; hogar de gente buena, trabajadora y amable con los de fuera.

 

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