Inés Tabal G
Veracruz, Ver. – Entre el hablar de los clientes y el andar de arriba abajo de los meseros, se esconde en una esquina dentro de las instalaciones del Gran Café La Parroquia 500 Boulevard, un artefacto que despierta curiosidad entre los comensales.
Una tostadora de origen alemán, que fue adoptada y nacionalizada por los jarochos, es uno de los principales distintivos que hace diferente a ese lugar de sus otras dos sucursales que existen en el puerto de Veracruz.
Ostentosa espera la llegada de Ana, quien la observa minuciosamente, revisando cualquier detalle que pueda retrasar el tostado del grano, que más tarde se convertirá en una suculenta bebida que acompañara los platillos de los consumidores.
Junto a ella una pila de costales repletos de café aún sin procesar traídos directamente de las zonas productoras de Coatepec y Huatusco, hacen fila para ser pesados.
Hace un año Ana aprendió el arte de tostar café en aquella singular herramienta que le ha enseñado el valor y cariño que el fruto tiene entre los clientes, quienes observan el trabajar de aquella empleada, nombrada como una de las primeras mujeres tostadoras de café en la cuatro veces heroica ciudad de Veracruz.
Después de revisar que todo marche a la perfección abre uno de los costales marrones, cuyo interior contiene el fruto verde que será pesado en una báscula metálica.
Aunque la tostadora tiene la capacidad de albergar 25 kilos de aquel grano, por precaución Ana solo coloca 20 para evitar cualquier contratiempo.
Una vez medida la cantidad que será procesada se coloca en un contenedor que está conectado a largos tubos de plástico transparentes, donde succionará el fruto y los hará elevarse por el aire para llegar a un enorme embudo color azul.
Vigila que la última semilla haya sido succionada y prende el horno. Debe de tener una temperatura máxima de 200 a 210 grados, después el café bajara al cilindro donde dará cientos de vueltas para que tome la cocción adecuada, aproximadamente entre 15 a 20 minutos es el tiempo que le toma estar en el punto perfecto.
El olor que se desprende de aquella maquina indica que el producto ya está casi listo, Ana revisa que el color del grano tome la tonalidad marrón que lo caracteriza, es cuando se encuentra preparado para ponerlo a enfriar.
Con una sincronía perfecta uno por uno cae el fruto a la charola, la cual contiene unas aspas que revolverán el café hasta dejarlo listo para ser empaquetado.
“Es una cosa muy bonita, me encanta, el tostado es un arte muy bonito, es muy noble este trabajo. La verdad sí lo disfruto mucho, me encanta”, comenta Ana mientras un cubrebocas color blanco le tapa la sonrisa que se asoma por sus ojos.
Este proceso lo hace una y otra vez, mientras los curiosos se acercan para tomarse una foto o solo observar aquella acción que a simple vista pareciera ser mecánica, pero que cada paso es realizado con el cuidado y cariño necesario para que el cliente pueda degustar el mejor café de la región.