*A Pedro Arismendi Pérez su padre le enseñó a fabricar las redes que son arrojadas al mar
Juan David Castilla
Actopan, Ver.- Don Pedro usa un gancho y sus dos manos para tejer una amplia red bajo una palapa de unos tres metros cuadrados que se encuentra a la orilla de la playa Villa Rica, municipio de Actopan, a unos 100 kilómetros de la capital del estado.
Pedro Arismendi Pérez tiene 64 años y desde los nueve es pescador. Su padre le enseñó a fabricar las redes que son arrojadas al mar para atrapar distintas especies de peces, sobre todo sierra.
El oficio ha sido heredado tras generaciones en su familia. Le gusta, es algo que hace con mucha pasión y que absorbe gran parte de su tiempo, pero que es considerado un arte.
Es muy conocido en la comunidad. Porta un pantalón de vestir con un dobladillo pronunciado, una camisa a cuadros y rayas verdes y blancas, y una gorra color naranja. Con su mano derecha, señala la zona donde comúnmente ingresa su lancha para pescar.
Un rosario blanco luce en la piel morena de su pecho. Las ojeras en su rostro son muestra del cansancio acumulado. A menudo, deja por unos minutos lo que está haciendo para caminar descalzo a ras de mar, relajarse y, posteriormente, seguir su actividad.
El mar le ha dado de comer a su esposa, sus tres hijas y cinco nietos, quienes se desempeñan como meseros y cocineras, en la misma zona turística.
Pedro continúa la tradición familiar y, durante todo el año, fabrica redes de pesca. Tarda dos, tres, o hasta cuatro meses en elaborar una pieza, dedicando varias horas al día.
Utiliza un hilo especial, delgado y rígido; también cuatro kilogramos de plomo, para formar una especie de malla que mide 50 metros de ancho y 100 metros de largo, cuyos tejidos van amarrados a una relinga de plomo.
“Compro hilo, el kilo de plomo está en 140 pesos, me llevo cuatro kilos. Llevo tres meses de trabajo y me falta todavía un mes, porque es malla chica (diámetro reducido entre los tejidos)”, cuenta.
Vende cada red en 3 mil 500 pesos, dinero que destina a los gastos del hogar, para apoyar a su esposa, con quien ha compartido su vida durante décadas y de quien se mantiene alejado desde hace cinco años por cuestiones laborales.
“Yo nada más trabajo para la pura viejita, para mi esposa. Mi esposa está trabajando en unos baños en Villa Rica. Tiene cinco años que no vivo con ella, ella vive allá en la carretera y yo acá, pero no la abandono, hay que darle de comer también”.
No dejó de trabajar por la pandemia de SARS-COV-2 (COVID-19), al contrario, buscó opciones para tener ingresos ante la baja en ventas de pescados y mariscos.
En las últimas semanas ha sido contratado como velador, para vigilar las lanchas, las redes de pesca, las palapas y parte de la playa, durante la noche y unas horas de la mañana.
“Ahorita he estado trabajando como velador también, así me la llevo de noche, sin dormir, ya vengo desayunando hasta las 12 del día, pero es bueno que haya trabajo”.
Para Arismendi Pérez, Villa Rica es una de las playas más bellas del estado de Veracruz, cuyas aguas cristalinas conquistan a la mayoría de los visitantes, provenientes del puerto de Veracruz, Xalapa, Puebla, Ciudad de México o de otros países como España, Alemania, Brasil y Francia.