Carolina Miranda
Veracruz, Ver. – Al ingresar a una especie de burbuja de aire, el silencio se apodera de un lugar rodeado de miles de litros de agua salada.
En una semioscuridad, se perciben los sonidos de cientos de peces moviéndose en siete millones de litros de líquido.
Es adentrarse a las profundidades del mar del Golfo de México como si se fuera un buzo experimentado, aunque sólo se observe a “vista de buzo”.
Un oscuro túnel lleva a una gigantesca pecera con un millón 250 mil litros de agua donde coloridos peces y algunas otras amenazantes especies deambulan de un lado a otro en el mítico Acuario de Veracruz.
Con casi tres décadas de existencia, con sus siete exhibiciones acuáticas, forma parte de la vida cotidiana de la zona conurbada de Veracruz-Boca del Río y una parada obligada para millones de visitantes de estas tierras.
La Pecera Arrecifal es una de las joyas del recinto, con su forma cilíndrica con una vista panorámica a través de sus 13 ventanas de acrílico, incluyendo la principal con casi 8 metros de largo y 3 metros de alto.
Es adentrarse a corales artificiales típicos del Sistema Arrecifal Veracruzano y 20 especies de peces, entre ellos los tiburones gata, meros, raya blanca o de espina, sábalos, barracudas y decenas de cardúmenes multicolores.
Aquellos ya no tan niños siempre guardan una anécdota de la visita por los pasillos de una de las peceras más grandes de México al lado de sus seres más queridos; y los más pequeños atesoran sus recientes encuentros con un mundo siempre deseado.
Algunos de los animales que habitan en la pecera principal son de los más longevos en el acuario, como los meros y algunos de los tiburones gata tienen más de 17 años de vida.
Los dos metros de los tiburones aleta de cartón se muestra imponentes en El Tiburonario, un estanque con su casi millón de litros de agua que alberga a otros organismos, entre ellos cardúmenes de peces sábalos y jureles.
Los regordetes manatíes son la delicia de chicos y grandes, primero desde una ventana panorámica y a media agua, donde libremente suben por su alimento.
Y los peculiares pingüinos, alimentándose con sardinas y anchovetas, calamares y crustáceos, son la cereza de este lugar turístico y educativo.
Porque más allá de las sonrisas en los niños y el asombro que despierta, es un lugar que crea conciencia del tesoro marino y biológico.