Carolina Miranda
Xalapa, Ver. –
Las raíces de Estela Lucio permanecen en su memoria tan nítidas como los verdes paisajes de Poza Rica y como aquellas notas musicales que escuchaba al lado de su padre.
La precursora de la danza afro en México, la bailarina potente y excepcional, hace un repaso de su vida y la influencia de la huasteca veracruzana y de la región petrolera de Poza Rica en su prolífica carrera
Carga a cuestas diversos reconocimientos, como maestra pionera introductora de las danzas del Oriente de África y por trayectoria artística dedicada a la preservación viva y universal de la fusión de la cultura mediante la danza.
Desde 1976, ha participado en México, Estados Unidos y el Caribe como coreógrafa y bailarina de danza de Senegal, Costa de Marfil, Woo, Congo y afrocaribeña. Es fundadora de diversos grupos, entre ellos del Grupo Rumbamba, con el cual se presentó en festivales artísticos nacionales e internacionales.
Nací en Cerro Azul, pero me crié en Poza Rica. Esa época era de migración, entonces mi papá era un joven trabajador y era el boom del trabajo de petróleo en Poza Rica, entonces emigraron cuando yo tenía un año.
Tuve muy buena infancia. En esa época en Poza Rica había mucho verde, mucho campo y pues así nos criamos cerca de una casa que tenía un arroyo de aguas limpias.
Mi papá era aficionado a la música clásica. Fue extraño: dejó la escuela en primero de secundaria por trabajar y se autoeducó, le gustaba leer, la música clásica, los eventos artísticos, cosa rara entre los trabajadores de Pemex que eran cantinas y burdeles en aquella época.
Desde pequeña, bailaba escuchando en la consola de su padre a la Orquesta Aragón, quizá eso la llevó a ser bailarina y coreógrafa que se ha presentado en espacios culturales independientes o incluso en casa, recorriendo regiones apartadas de todo México.
Desde chiquita bailaba. Mis padres dicen que desde que tenía un año o dos yo bailaba y se me facilitaba el baile de la moda, el mambo me encantaba. Estaba la Orquesta Aragón, me encantaba bailando.
En esa época estaba el mambo en su apogeo, el Chachachá, como mi papá era joven y tenía un tío que vivía cerca, iban a la casa y se ponían a bailar mambo y Chachachá. Había la consola que era el gran descubrimiento y entonces ahí bailamos los tres, mi mamá no bailaba. Mi tío, mi papa y yo, baile y baile.
El embrujo africano la envolvió en la Gran Manzana (New York). Estudió en la escuela de Martha Graham, Merce Cunningham y Louis Falco, precursores de la danza moderna y contemporánea y se topó con una clase de danza del oeste de África que, literal, la embrujó.
Yo era bailarina de danza contemporánea y cuando voy a Nueva York para continuar mis estudios, de casualidad me topo con una clase de danza africana de gente que venía del oeste de África y me impacta y empiezo a tomar clases hasta formar parte de una compañía de Costa de Marfil.
Sentía mucho gozo, es un baile gozoso, es un baile que invita a reír, que invita a sentirse con vida, es un baile que está muy en contacto y un ritmo, los ritmos están en contacto con la naturaleza y hablan de la naturaleza, como es algo natural es algo muy vivo que no se pierde, hasta la fecha está muy muy fuerte.
Y entonces nadie la detuvo. Aunque había estudiado arquitectura, pasó por el teatro y aprendió danza contemporánea en el Taller de Guillermina Bravo en el Ballet Nacional de México, lo suyo fue la tercera raíz: la raíz negra.
Un camino que he llevado hasta la fecha, un camino a veces muy lindo y con muchas satisfacciones, y a veces un camino tortuoso. No es tan fácil declararse bailarina de danza africana; que difícil para mí decir eso: mestra de danza africana.
Después de un tiempo hay que empezar a crear a hacer algo de lo que hemos aprendido, entonces de ese camino tengo partes muy agradables muy satisfactorias, muy gozosas, en festivales conocer gente los ensayos todo.
Siempre al final de la clase hacíamos una pequeña ceremonia frente al tambor: del corazón de la tierra a nuestro corazón, de nuestro corazón al corazón de la tierra, del corazón de la tierra a nuestro corazón, de nuestro corazón al corazón del tambor.