*Una basta variedad de panes reciben a los difuntos en el mundo totonaca; sabores que saben a pasado, recuerdos, amor y a alma
Óscar Sánchez
Papantla, Ver.- En las comunidades más recónditas del mundo totonaca, los olores a levadura, azúcares, sal y chocolate inundan cada vivienda en vísperas de una de sus celebraciones más importantes: Día de los Difuntos.
En la civilización totonaca, las bolas de masa dulces y saladas son el preludio para una basta variedad de panes que recuerdan a los difuntos y les dan la bienvenida a su mundo pasado.
De las harinas, levaduras agrias preparadas en casa, sal y azúcar, en un sincretismo gastronómico, surgen las llamadas roscas de sal, torta de sal, rosca mestiza (dulce y salada), pan de agua y las figuras de muertitos.
“Saben a pasado, saben a recuerdos, saben a reencuentro a eso saben”, describe la cocinera Martha Soledad Gómez Atzín, coordinadora del Nicho de Aromas y Sabores de la zona arqueológica de El Tajín.
Las piezas de pan originales son una de las principales ofrendas para los fieles difuntos de los totonacas, porque se ofrenda de corazón. En cada casa, el pan lo prepara la mujer o el varón, dependiendo de quien se encarga de llevar el mando.
“Saben a amor, espíritu, alma, saben a cosas que se vivieron antes y cuando ofrendamos es volverlos a traer con nosotros, saben a un encuentro de cada año con nuestros seres amados”, dice, con la voz entrecortada, la embajadora culinaria de México.
Con el mestizaje, también pan de huevo dulce con sal, con una combinación de las dos masas: dulce y salada.
“Mi abuela me decía: es por la combinación con la llegada de los españoles, lo dulce significaba la gente que llegó de allá y la sal era la nuestra, antes no se comían los panes muy dulces”, afirma Atzín.
La tradición dicta, rememora, que la mayoría de las ofrendas son colgadas, porque los abuelos decían que los difuntos no tenían pies al ser espíritus. Una delicia visual y gustativa.