*Los sonidos y colores del corazón de la ciudad de los 500 años, el puerto de Veracruz, son reflejo de su gente; los sones jarochos en las jaranas y arpas, intercalan turnos con las marimbas
Víctor M. Toriz
Veracruz, Ver.- El vaivén de las copas de los árboles y las imponentes palmeras baja hasta ras del suelo en forma de viento fresco en el zócalo de Veracruz, corazón del Centro Histórico de la ciudad de los 500 años.
Las baldosas blancas y negras del piso de mármol reflejan la luz, lo mismo del imponente sol del mediodía, que de las farolas que por las noches iluminan las siluetas de porteños y turistas que se desplazan entre las jardineras o los portales.
En uno de los rincones del zócalo porteño, suenan los sones jarochos en las jaranas y arpas, que intercalan turnos con las marimbas chiapanecas arraigadas desde hace año a los veracruzanos.
Su música es brevemente interrumpida por las décimas y versos de los cantantes, eventualmente también por los grupos norteños de tambora o mariachis que son recurridos para alguna mesa en los restaurantes cercanos.
Esa misma música convive sin contratiempos las tardes de sábados con las orquestas danzoneras que, al centro de la explanada principal, hacen bailar a los jarochos y turistas que parecen hipnotizados con el baile centenario desembarcado en el puerto de Veracruz desde Cuba.
La armonía se detiene por completo solo cuando en la torre del reloj del Palacio Municipal se marca cada hora y se escuchan las piezas de Agustín Lara, antes de terminar con el repiqueteo de las campanas en la catedral Nuestra Señora de la Asunción.
Pero en medio de una música que forma parte del ambiente como algo cotidiano, los pasos presurosos de los oficinistas y trabajadores veracruzanos que cruzan por el corazón de la ciudad, se pierde con las risas de los niños corriendo detrás de los globeros, mientras en sus caras se revientan burbujas de jabón de algún otro vendedor.
En los costados del zócalo las bancas de antaño son ocupadas por amigos y familias, que entre largas conversaciones dejan pasar la tarde para refrescarse del calor que cae sobre la ciudad, resguardados a la sombra de los grandes edificios y árboles que bordean el espacio.
Las flores en los senderos de las jardineras, junto con los puestos de artesanías, dan los colores vivos a la vista, que contrastan con el blanco, negro y gris del piso y se rompe en los chorros de agua que brotan de la fuente central.
Betuneros ofrecen un asiento a los hombres para lustrar sus zapatos, mientras ponen al día a sus clientes de lo que pasa en la ciudad; al frente de ellos, en otro de los rincones, el olor a tabaco o café llama la atención y lleva a las vitrinas de vendedores que ofrecen los productos cosechados en otras partes de Veracruz.
En el zócalo de Veracruz el calor es imponente, pero sus sonidos, colores y aromas ofrecen una mirada al corazón de la ciudad.