*En el primer cuadro de la ciudad de Los 30 Caballeros, cuatro edificios nos llevan a un viaje al pasado, a evocar batallas, victorias, derrotas y a sentir en el alma a un pueblo orgulloso de sus raíces
Miguel Ángel Contreras Mauss
Córdoba, Ver.- La algarabía que se vive en el Parque 21 de Mayo, el aroma de café que se respira de Los Portales, el sonido de las campanas de la iglesia de la Inmaculada Concepción y la vista del Palacio Municipal, son las estampas de una ciudad con trascendencia histórica.
El primer cuadro del Centro Histórico de Córdoba -bajo la mirada del volcán Pico de Orizaba y con su estilo arquitectónico neoclásico porfirista intacto entre sus calles y sus edificios históricos- solo es el preludio de sus nueve manzanas llenas de edificios que datan de los siglos XVII y XVIII.
Parado en el corazón de la llamada Ciudad de los 30 Caballeros, hacia donde se mire hay historia, como su Palacio Municipal de la época Porfirista, iniciado en en 1904 y concluido entre 1909 y 1910. Sus 21 arcos simbolizan el acto heroico de la batalla entre fuerzas realistas e insurgentes del 21 de mayo de 1821.
Si se mira hacia los portales, es posible sumergirse a la firma de los tratados entre el virrey Juan O´donojú y Agustín de Iturbide, que pusieron fin a la guerra de independencia y propiciaron el surgimiento de la nación mexicana.
La construcción de lo que fue el Antiguo Palacio de los Condes de Zevallos inició en el siglo XVIII y su propósito, hasta 1973, fue dar hospedaje a los viajeros que iban de la capital al puerto de Veracruz, ahora está lleno de algarabía de comensales que disfrutan los manjares de la región montañosa.
Y el historiador Carlos Vergara nos recuerda que el Parque 21 de Mayo, desde donde se aprecian todos los monumentos históricos, fue bautizado en memoria de la heroica defensa de Córdoba, ocurrida en mayo de 1821 durante la lucha de Independencia de México.
De plaza de armas, se convirtió en parque a finales del siglo XIX, cuando se le comenzaron a plantar árboles, plantas, flores y sus tradicionales palmeras, en una estampa típica de México.
Su fuente, bancas de hierro forjado y el kiosko, el monumento de Miguel Hidalgo, los bustos de los insignes cordobeses Ramón Mena Isassi y Francisco Hernández y Hernández, así como del benefactor Francisco Krill, miran orgullosos en que se convirtió una ciudad fundada por españoles.
El cuarto busto pertenece al emperador Agustín de Iturbide, el único en todo México de tan polémico personaje de la historia.
Caminar por el primer cuadro de la ciudad, es viajar al pasado, evocar batallas, victorias, derrotas, pero sobre todo, es sentir la formación de un pueblo orgulloso de sus raíces.