*En las calles de Tlacotalpan, la Dulcería Blancanieves resguarda las recetas originales de las abuelas y crea una explosión de sabor que impregna el paladar y la dulce tradición se queda para recordar
Inés Tabal G
Tlacotalpan, Ver. – El olor a leche a punto de ebullición impregna la cocina, donde tres mujeres pasan más de la mitad del día elaboran una de las tradiciones más dulces que distinguen a la Perla del Papaloapan.
Las bandejas con mostachones de almendras, cocadas, dulces de leche de mamey, natural, con coco, limón y una gran variedad, son los protagonistas que engalanan la Dulcería Blancanieves, donde tres hermanas conservan la tradición que sus bisabuelas, tías, abuelas y madres les enseñaron.
Ubicado a media cuadra del centro de Tlacotalpan, el negocio lo mantienen las hermanas Carvajal, quienes siendo solo unas niñas veían como sus tías realizaban este manjar con el que han mantenido a sus familias.
“Teníamos unas tías viejitas, viejitas, de más de 100 años. Ellas hicieron mucho dulce. Todavía usaban enaguas, chinelas y ya luego le siguieron las tías hermanas de mi papá y luego empezó mi mamá y ahora nosotros”, dice Clara.
Cuatro generaciones preservan la tradición de realizar estas golosinas que, aunque parecen fáciles de preparar, conllevan esfuerzo, tiempo, dedicación y el amor que le impregnan a cada una de las piezas.
“Mis tías todavía vendían en canastas en las calles. Mi mamá ya le tocó venderlo aquí, en la casa. Y ya nosotros nos pusimos en la tienda que tenía mi papá, en la tienda de refacciones de bicicletas y ya ahí empezamos a vender y así nos conoce la gente”, narra Clara.
Cuando Clara, Elvia y Gloria se adentran a esta cocina, los recuerdos de la infancia invaden a las tres mujeres que ante todo pronóstico mantienen viva esta tradición que, probablemente, termine en esta generación, ya que sus hijas no tienen el mismo interés, debido al esfuerzo que significa prepararlos.
Los pasos para la preparación son sencillos; primero ponen la leche en unas cacerolas a fuego alto con azúcar para que se consuma. Con una cuchara mueven el líquido una y otra vez para que no se pegue en el recipiente, según las hermanas este es el paso más complicado, porque se tiene que consumir hasta que quede una pasta.
“No se puede uno despegar de la lumbre, porque tienes que estar meneando, porque si no se pega y se quema. Esto dura como una hora, todo lo hacemos nosotros”, describe Clara.
Después de la hora, retiran la olla del fuego y comienzan el proceso de batido ya sin el calor de las llamas. Del líquido se forma una masa que se tiene que dejar enfriar.
Una vez a temperatura ambiente, Elvia corta en pequeñas porciones la pasta formando unas bolas que son amasadas por sus manos suaves y, con ayuda de una espátula, hace líneas paralelas sobre cada pieza para que formen unos rombos poco asimétricos, pero que le dan un toque sencillo y diferente a los demás.
Cada pieza es colocada en una bolsa trasparente y posteriormente llevada a los estantes de la Dulcería Blancanieves.
La textura de esta golosina es suave. Con cada bocado que se le da, la explosión de sabor impregna todo el paladar y esta dulce tradición se queda para recordar.