El Rosedal, santuario de gatos, enamorados y rosas

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Año con año, las maestras te enseñaban la anatomía de la flor como si de ese saber dependiera lo que la vida nos iba a deparar. “Mis niños, aquí están la corona, el pistilo, los estambres, el cáliz”, chocaba el gis contra el pizarrón: clac, clac, clac. Entre atento y resignado, oías con la mano sosteniendo tu cabeza: “¡otra vez las partes de la flor!”, pensabas. ¿Por qué esa devoción?

Enigmas que comparte una pequeñísima colonia capitalina.

Sí, unas cuantas manzanas de la Ciudad de México veneran a la flor aún más que la maestra Lupita de 3.º A. Y no veneran a cualquiera, sino a la flor universal: la rosa. Oigamos a Celina Elso, abuela llegada a México desde un barrio argentino llamado Savoia; para turistear, se alojó con su concubino en este primaveral rincón de Coyoacán. “Cuando llegamos, le dije a Héctor: ¡todas las casas tienen rosas!”. Y el abuelo barbudo confirma: “Qué belleza ver tantos colores de rosas”.

Esta vieja colonia de casitas de cuento infantil se llama como lo sospechas: El Rosedal. Nombre es destino. Sus habitantes cuidan sus rosales como si lo que hubiera en sus manos, más que flores, fueran recién nacidos. Amorosos, las riegan, cortan sus hojas secas, deshojan sus pétalos heridos por la lluvia, plantan y trasplantan, y en un descuido les murmuran una poesía: “En el aire quedó la rosa escrita. La escribió, a tenue pulso, la mañana”.

Los rosedalos –gentilicio que daremos a los pobladores del ángulo apacible que, paradójicamente,  forman las escandalosas avenidas Miguel Ángel de Quevedo y División del Norte- preservan las rosas de sus huertos particulares y de todo lo que los rodea. En el mapa de abajo entenderás mejor a qué me refiero: El Rosedal se forma por callecitas paralelas (Ruiseñor, Quetzal, Alondra) separadas por un parque lineal, el Jardín de las Rosas; todas acaban en rotondas. Las calles y el parque descargan sus fragancias no solo desde rosas rosadas, las favoritas de los enamorados. Cada rotonda tiene su personalidad: en unas reinan las rosas rubí (rojas), chinas (violetas) y de Austria (amarillas), mientras en otras predominan arcoíris (naranjas), damascenas y mosquetas (rosadas). Y el fervor continúa: hay rosas en la entrada de la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe e incluso a la entrada de Abarrotes El Rosedal, donde das a tu amorcito un sorbo de Tecate regalándole una rosa (arráncale las espinas y la sangre no manchará la apasionada ceremonia).

Al largo parque lo cuidan 11 jardineros que cada jueves, con rosas de Xochimilco, sustituyen a las que ya se elevaron al cielo de las rosas. En paz descansen. Veterano jardinero y rosólogo autodidacta, escoba de ramas en mano, Óscar Castro aclara que hace muy poco el parque chilango se volvió pura armonía: “Dos años atrás, cuando entramos a trabajar, estaba todo feo, pelón. Tuvimos que componer, podar, cortar y voltear la tierra para que naciera pasto y se sintieran bien las rosas”. Varios carteles enterrados aclaran: “jardín en recuperación”. A decir verdad, el fértil jardín ya salió de terapia intensiva pero en esta ciudad no hay que confiarse. También les preocupa el reino animal al trabajador vegetal y sus colegas. Entre las plantas dejan cuencos de agua y croquetas a Pillo, gato propietario del parque -según consta en escrituras-; aunque es un bribón, el felino respeta a las espinas de las flores incluso más que a los perros visitantes.

-Perdón que me meta: ¿quién puede pagar a ¡11 jardineros! para que cuiden un solo parque?-, pregunto a Óscar.

-No crea que la alcaldía, jajaja. Nos paga Runsa Autopartes, están aquí a la vuelta. Ellos quieren que el parque esté bonito-, me señala hacia Avenida Pacífico. O sea, radiadores, baterías y acumuladores que aman rosales. Una rareza que además beneficia tanto a los hules gigantes con raíces que emergen como tribus de serpientes (ver foto), como a los vecinos que sobre bancas de hierro miran el paso de la vida. “Salimos a caminar y es: buenos días, buenos días -explica el abuelo argentino-. Gente muy cordial”.

Al final del parque, una vez grabado en tu mente el catálogo callejero de rosas, podrás echarte una guajolota de tamal verde, tomarte un expreso en Estación 280, llevarle al verdulero ambulante un kilo de mangos a 18 pesitos o adquirir en el puesto de periódicos la revista Crochet (seguro vas a querer tejer una chambrita sentad@ frente a un radiante rosal).

Y si ves a los abuelos argentinos, olvida la rivalidad futbolística y diles: ¡buenos días!

 

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