El castillo de la geometría: la UPN

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Si evalúas este viaje en el Ajusco solo considerando las toneladas de arena, grava y cemento, la marea de material rudo que forma pasillos, auditorios, puentes, aulas y escalinatas donde transitas, te sentirás una pobre hormiguita deambulando en un planeta que se extingue por el poder exterminador del concreto.

Calma, que no te apabulle esa escena. Por suerte, al edificio de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) debes examinarlo, más que por sus apocalípticos materiales de construcción, por sus cuerpos geométricos. Vayas a donde vayas, nadie desde que en 1980 se construyó escapa de la succión de las figuras tridimensionales.

Para reclamar algo a la autoridad caminas desde el salón B-217 hasta la rectoría ingresando a pirámides. Si quieres escuchar en el auditorio Lauro Aguirre a una sinfónica con cantos en zapoteco, bajarás por cilindros. Y si aspiras a ser un Messi de la enseñanza y ya no postergarás más la lectura de “El Nacimiento de la Inteligencia en el Niño” de Jean Piaget, te instalas en una biblioteca-prisma. Así, siempre: circulas por cubos, poliedros. Algo es seguro: te vas a extraviar y ansioso buscarás salidas al mundo (como en una tempestad un capitán ruega divisar un faro).

No estás perdido dentro del océano, sino en la universidad que desde hace cerca de 45 años forma a los profesionales de la educación. O sea, si alguna vez estudiaste en un salón de educación pública, así sea en la pequeña Escuela Rural Mactumactzá de Chiapas, seguramente se lo debes a la UPN.

Cuando el célebre arquitecto Teodoro González de León construyó la sede central de la universidad que en todo México educa a quienes nos educan, se propuso alzar el presente echando una miradita al pasado. A las larguísimas secuencias de ventanas les dio origen la Pirámide de los Nichos de El Tajín. Las musas del edificio de gobierno fueron las viviendas de Monte Albán. Y los caminos que convergen la explanada funcionan como las calzadas que unían la orilla del Lago de Texcoco con Tenochtitlan.

Teodoro no creó todo eso con lujoso mármol de Carrara. Lo hizo con concreto, el producto que asfixiaba a la Ciudad de México. Juró que hallaría la belleza en la catástrofe: “Me interesa el color de los materiales, pero no la pintura; la arquitectura pintada no me interesa, no me llega. Yo necesito ver la materia que carga, el concreto que carga, o el acero que soporta y se ve, me gusta que el material exprese como está soportado y no sea un color”.

El color de la UPN, en realidad, lo dotan una fuente vegetal y otra humana. Por un lado, los robles, las jacarandas, los agaves americana. Y por otro, una explanada repleta de chic@s –alumnos de Educación Primaria para el Medio Indígena, Estudios de Sexualidad, Política de los Procesos Socioeducativos y montones de carreras más- que confluyen por todos los senderos de la edificación. La UPN requería un gran patio, explicó el arquitecto, “para que los estudiantes se conozcan, charlen y haya encuentros. En un edificio alto el único encuentro es el elevador y nunca se puede hablar en un elevador. Procuré que todas las puertas den al patio y sea un lugar de cruces”.

Cruces humanos y también polémicas tipo: “Oiga, ¿por qué me puso 7, profe?”. Hablando de docentes severos, el lunes que fui a la UPN apareció por ahí un hombre canoso que miraba emocionado este trasatlántico de figuras que se cruzan, enciman, bloquean, pelean, amigan. Héctor Santiago, por décadas profe de epistemología, se reencontró con su universidad tras un largo adiós y me explicó el significado de ese patio o explanada, “Zócalo” súper poblado por pimpollos de pedagogos: “Ahí nos encontramos todos. Los estudiantes caminan, te ven, se acercan y, claro, ¡te interrogan!”, se ríe. Tiene sus costos no ser un maestro barco.

-¿Y cómo fue dar clases tantos años en esta universidad?

-Yo llegué a tomar clases universitarias en un aula que era un entrepiso de madera sin ventanas. Estábamos encerrados. En contraste, al llegar a la UPN y verla abierta, cómoda, iluminada, dije: “me tocó el paraíso”.

El paraíso de los cuerpos geométricos tuvo otra virtud. Respetó el mandato de la naturaleza: ser el pedregal que dejó hace 2 mil años la erupción del volcán Xitle. Por eso, en todos lados emergen borbotones de piedra que reclaman su lugar en la historia, rocas donde con dos gotitas de agua y un puñado de tierra crecieron agapantos que descargan su luz violeta.

Si vas a la UPN da vueltas, sube, baja, gira, asciende en las rampas, cruza sus puentes, trepa en los cuerpos geométricos y piérdete. Sin angustia. Sabrás dónde estás cuando arribes a la explanada y oigas las risas de la multitud.

 

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