*“La vida no busca otra cosa sino la permanencia. Esquivar el tiempo. Proseguir su andadura. Anhelar la eternidad”: el libro como el único medio de preservación no sólo de la memoria humana, sino de su imaginación.
Rodolfo Mendoza
La gran interrogativa del hombre ha sido su cerebro: el desarrollo, sus alcances, su preservación o su total control. Al novelista Jorge Volpi lo que le interesa desentrañar en este libro es ¿qué pasa en el cerebro cuando se lee una novela? ¿Por qué sufrimos o gozamos con tal o cual obra literaria?
Para Volpi es el YO el verdadero creador de las ficciones: hay un autor que escribe y publica, y un lector que lee y se refleja en lo leído, son las células espejo las que se encargan de hacer coincidir lo leído con lo vivido y crear una empatía entre el lector y el autor, el puente de esa empatía es el YO.
Una de las ideas mejor logradas y más bellamente expresadas en Leer la mente (El cerebro y el arte de la ficción) es que “La vida no busca otra cosa sino la permanencia. Esquivar el tiempo. Proseguir su andadura. Anhelar la eternidad”: el libro como el único medio (aunque ya Borges lo había dicho) de preservación no sólo de la memoria humana, sino de su imaginación.
Aunque muchos científicos han dicho que “no somos más que un compendio de neuronas”, también es cierto que somos algo más, y eso trata de desentrañar el autor de En busca de Klingsor. A lo que llega nuestro ensayista es al punto de afirmar ese dictum científico, pero añadiendo que no somos sólo los millones de neuronas que nos conforman, sino la manera en que las ponemos a funcionar. Un árbol o una silla no dejan de existir porque no los contemplemos, pero cuando lo hacemos cobran relevancia en la manera en cómo los “entendemos”.
Otro elemento que es regido por nuestro cerebro es la conciencia: una vez que tenemos conciencia de nuestros parámetros morales, de lo que nos gusta o disgusta, de aquello que aceptamos o no, es nuestra conciencia la que nos gobierna y se apodera no sólo de nuestro cerebro, sino de nuestro cuerpo entero.
Sin embargo, ninguno de los elementos anteriores que componen nuestro cerebro podría funcionar a cabalidad si no existiera la memoria: esa parte de nosotros que se aloja en nuestro cerebro –y, acaso, se extiende a nuestro cuerpo– y que ha ido acrecentándose o deteriorándose de acuerdo con los mensajes que le mandan nuestros sentidos, por eso se habla de memoria olfativa o memoria visual: cada uno de nuestros sentidos hace que el cerebro acumule datos que saca a relucir a la menor provocación o que, al paso de los años, hace que deje de funcionar y no recordemos, ya ancianos, ni el nombre de nuestros hijos.