El relojero

*Un pequeño espacio en la ciudad de Córdoba cuenta historias: lámparas, lentes, pinzas y desarmadores, al lado de Don Samuel Luna, quien resguarda el tiempo

Miguel Angel Contreras Mauss

Córdoba, Ver.- El suave tic-tac de los relojes acompaña a Don Samuel Luna, como un eco del pasado.

En un rincón casi escondido del pasaje Calatayud en el corazón de Córdoba, un taller con más de 50 años dedicados a la relojería, vestigios de un oficio que, poco a poco, va desapareciendo.

Ahí, entre herramientas y recuerdos, el tiempo parece detenerse, mientras Don Samuel sigue cuidando las horas como un fiel guardián de un legado en extinción.

“Empecé en esto cuando tenía 22 años”, recuerda con una sonrisa melancólica. En aquellos tiempos, los relojeros eran apreciados, el oficio era respetado y los relojes, más que simples aparatos, eran reliquias que pasaban de generación en generación.

Hoy, el pequeño espacio que habita desde hace cuatro años está lleno de herramientas que cuentan historias: lámparas, lentes, pinzas y desarmadores, cada uno desgastado por el uso, pero cuidado con devoción.

Sobre el mostrador, algunos relojes antiguos esperan pacientemente a ser reparados, mientras don Samuel trabaja en una pieza que lleva en su mano izquierda, concentrado en devolverle el ritmo perdido.

Los tiempos han cambiado y lo sabe bien. La llegada de los relojes “baratos”, esos que se venden por unas pocas monedas y se desechan cuando fallan, ha reducido su trabajo a lo mínimo. “

“Algunas personas me traen relojes que son herencias. Los cuidan como un tesoro, y gracias a eso, puedo seguir aquí”, dice con mirada que mezcla orgullo y tristeza. Estos relojes, reliquias familiares, son las que le permiten mantener viva la flama de un trabajo que, poco a poco, se apaga.

Su hijo también es relojero y joyero, pero Don Samuel sabe que el futuro del oficio es incierto. “Este trabajo ya no da para vivir, solo para irla pasando”, dice, mirando su taller vacío.

Con más de medio siglo en sus manos, don Samuel ha visto el paso del tiempo de una manera diferente a los demás. Mientras el mundo afuera sigue girando, su pequeño taller sigue siendo un refugio para aquellos que aún valoran el tiempo, no como una simple medida, sino como un legado que se cuida, se respeta y se repara. Para él, aunque el oficio esté destinado a desaparecer, siempre quedará la satisfacción de haber cuidado el tiempo de otros.

“Así es la vida”, dice con serenidad que solo alguien que ha vivido entre horas y segundos puede entender.

 

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