*Se sabía de Alberto Méndez por su espléndido trabajo como editor, pero nadie sospechaba que estaba pergeñando unas de las páginas más sentidas y estremecedoras que se han escrito sobre la Guerra Civil Española
Rodolfo Mendoza
“Ya sólo se habla la lengua de la espada o el idioma de la herida”, “Siempre lleva las de perder el que más muertos sepulta”, “Un desertor es un enemigo que ha dejado de serlo; un rendido es un enemigo derrotado, pero sigue siendo un enemigo”, “Si fue él el autor de este cuaderno, lo escribió cuando tenía dieciocho años y creo que esa no es edad para tanto sufrimiento”, frases como las anteriores, tan pulcras, tan contundentes, las puede encontrar el lector en cualquier página de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez.
La primera noticia que se tuvo de Méndez como escritor (ya que sólo se le conocía como un importante editor español), fue al ser finalista del Premio Internacional de Cuentos Max Aub 2002 con su narración “Manuscrito encontrado en el olvido”, un cuento incluido en el presente volumen y que es uno de los más tristes que haya podido conocer el lector. Luego de eso se pensó que iniciaba ahí, tardíamente claro, la vida literaria de un hombre que se decidió a escribir pasados ya los sesenta años.
Nacido en la España franquista en 1941, Méndez pasó su infancia en un Madrid ceñido por las fatales normas del Generalísimo, por lo que a la primera oportunidad emigró a Roma, en donde hizo sus estudios de bachillerato. Más tarde se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense.
Se sabía de Alberto Méndez por su espléndido trabajo como editor, pero nadie sospechaba que estaba pergeñando unas de las páginas más sentidas y estremecedoras que se han escrito sobre la Guerra Civil Española.
Conformado por cuatro narraciones (o derrotas, como apunta el subtítulo de cada una), Los girasoles ciegos es un libro por el que transitan los seres más desprotegidos, los semblantes más abatidos, los niños más lánguidos de los que el lector tenga memoria.
La crueldad del hombre en guerra, al tiempo de la bondad misma, nos hacen reconocer que nadie es completamente malo, ni bueno. En los personajes de Méndez se transpira la esencia humana: todo aquello de lo que está hecho el hombre.
Si Augusto Monterroso hubiera alcanzado a leer este libro, cualquier cuento de Méndez hubiese encabezado la famosa Antología del cuento triste que el guatemalteco realizara con Bárbara Jacobs.
Lamentablemente Méndez fue reconocido póstumamente. Murió en el 2004, y se le concedió en el 2005 el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa, dos de los galardones más respetados de la península ibérica.