Andamiro: Corea ya es nuestra

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Acurrucada en su carriola, Seoa toma biberón mirando indiferente a los adultos que se carcajean bebiendo cítrico te de yuza. Ijun eleva un avioncito sobre el peligroso volcán de huevo gyeran jjim que hace erupción de yema. Iseo arma una casita plástica cuya vecina es una vaporosa sopa de doenjang. Y Hajun chupa su paleta de cereza eludiendo en los pasillos a los meseros apurados que trasladan bulgogi con arroz.

Ahora solo escucha… llega a tus oídos una voz femenina que dice a un niño algo así: Da meogeoya dwae, o sea: debes comerte todo. De no ser porque en el patio del restaurante Andamiro ondea una bandera mexicana, sería sencillo fantasear que estás en una fonda de Jeonju, la ciudad-santuario de los más exquisitos platillos de Corea del Sur, con familias y niños que son hormiguitas escabulléndose entre mesas, despreocupados de los manjares que aquí sobran.

Andamiro significa “rebosante”, algo que en la Ciudad de México agradecemos aunque no seamos coreanos. O sea, el nombre del restaurante nos aclara que no sufriremos hambre y el menú lo ratifica con este mensaje, “La comida es basta, más que suficiente”. No temas que al partir de  estos salones entre enredaderas deberás echarte una concha blanca en una panadería de la colonia Cuauhtémoc para sentirte satisfecho.

Ahora, a pulverizar la idea de que los asiáticos son seres tímidos y discretos que hablan murmurando y se saludan inclinando la cabeza para ni siquiera causar el ruido del choque de manos. En Andamiro festejas con exclamaciones potentes. ¿Por? La comida te seduce por los cincos sentidos: sus ingredientes y condimentos despiden aromas místicos; sus sabores son profundos e insondables; las texturas son densas, suaves, robustas; como todo es colorido cuando estás por atacar te sientes un pintor con su paleta escurriendo óleos. Y como ya solo queda el habla, a festejar. Al oír ¡Daebak! sabrás que el comensal del Lejano Oriente dijo ¡delicioso!

Y ahora, brevemente expliquemos lo que llegó a nuestra mesa, vecina de un árbol alumbrado en la noche con filamentos luminosos. Uno, bibimbap: una cama de arroz donde reposan verduras salteadas, carne de res en tiras, pasta de chile fermentado. El baño de aceite y semillas de sésamo catapultan los sabores. Dos, haemul pajeon: una tortilla de mariscos y cebollín con harinas de arroz y trigo, fritas hasta quedar crujientes. Tres, LA galbi: costillas de res en delgado corte transversal que sacas de un mini asador. Y prepárate: la carne coreana, muy distinta a la nuestra, es dulzona por el marinado en jarabes de maíz, arroz y pera asiática. Todo es un viaje suculento.

Pero si el espíritu nacional te brota, de todo puedes hacer tacos, solo que en vez de tortilla usarás lechuga (sangchu), que puedes pedir una vez y otra y otra, incluso kilos si se apodera de ti el alma de un conejo. En Andamiro nunca faltará, aderezada con soya fermentada, esa planta fresca que nos hermana con los coreanos. Compruébalo: como nosotros, los migrantes la comen torciendo la cabeza, agarrando su taco con pulgar e índice y entrecerrando los ojos. La mastican contentos, con satisfacción inusual, como si cada lechuga en su paladar les regalara bocados de vida.

Las manos son necesarias para gozar la comida coreana, por eso acaban embadurnadas de aderezos, salsas, semillas, jaleas. Una opción respetable es chuparte los dedos. Otra, ir al baño, donde además de agua y jabón te esperan ramos de crisantemos, flor sagrada en Corea del Sur porque en sus pétalos circula la salud y la generosidad, tan escasas hoy.

Y al irte con tus manos fragantes pasarás, sí o sí, junto a un muro con un verso escrito en un idioma que desconocemos (pero que nos tradujeron). Dice así: “La luna se oculta, los cuervos graznan y la escarcha llena el cielo / Las luces de los barcos pesqueros y los arces del río acompañan un sueño melancólico”.

Y como con la melancolía se anhela el retorno, ya te vas pero lo sabes: a Andamiro alguna vez volverás.

 

 

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