El Palacio, remanso prehispánico y tenístico

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Verde, afelpada y con sus filamentos de fieltro asomando porque la remataron durante largo tiempo, quizá años, la desgastada e inmóvil pelota de tenis duerme sobre una ruina arqueológica. Parece un petrificado vestigio antiguo. ¿Cómo cayó la bolita deportiva a este edificio que podría existir desde hace cerca de 2 mil años, cuando donde estamos no era el cruce de Periférico Sur e Insurgentes sino la ciudad prehispánica de Cuicuilco?

La pelota está aquí gracias al ingenio de un homicida. Hace 58 años, el presidente Gustavo Díaz Ordaz necesitaba un centro de entrenamiento para los deportistas de los Juegos Olímpicos. Esta vez, su objetivo no fueron estudiantes que los paramilitares acribillaron desde las alturas. No, lo que ahora lo incomodaba era la antiquísima residencia para los dirigentes de un centro cívico-religioso de 400 hectáreas habitadas por 20 mil personas: El Palacio.

Y entonces, el político no tuvo problema en cambiar balas por retroexcavadoras y picos. ¿Que Cuicuilco era una joya cultural existente desde siglos antes que los conquistadores llegaran? Ni modo, el sitio descubierto en 1922 por el arqueólogo Manuel Gamio era ideal para que entrenaran los deportistas del mundo entero. Una placa informativa que el INAH puso en la entrada es un epitafio: “El Palacio (…) perdió la mitad norte cuando en 1968 se construyó la pista de carreras de la Villa Olímpica”. Y a su lado la alberca, el gimnasio y 9 canchas de tenis actualmente promocionadas en su entrada con la foto de Carlos Alcaraz y la leyenda “tenis dinámico”.  Tan dinámico que a un tenista le falló horriblemente el drive e hizo volar a la pelota de la que hablábamos al inicio en la aledaña estructura mesoamericana.

Con la creación del Centro Deportivo Villa Olímpica hacia 1967, las 28 cámaras donde los pobladores almacenaban comida y los 24 sepulcros del basamento ritual fueron cercenados. Y lo fueron también los cuartos en varios niveles unidos por escaleras.

Si hoy, como lo hacen cientos de atletas, corres en la pista de tartán donde entrenaron Tommie Smith y John Carlos días antes de alzar sus puños en el podio del Estadio Olímpico Universitario -el saludo  Black Power contra el racismo-, verás la cuchillada que se asestó al Palacio: el tajo vertical que ejecutó el PRI en la pirámide de rocas basálticas fue abrupto, como se rebana un pastel. Pobrecita, quedó mutilada.

Por fortuna, el gobierno tuvo piedad con la porción sur, a la que aún se asciende avanzando por un caminito. Trepas y, como el abandono es total, a las ruinas sobrevivientes las cubre un encanto silvestre: flores de espuma blanca, morales rojos, fresnos y montones de ejemplares de un árbol súper poderoso: el tepozán, según la Biblioteca de la Medicina Tradicional Mexicana bueno contra retención urinaria, dolor de cintura y cabeza, tos, diabetes, calambres, reuma y antídoto contra mordedura de víbora por si en tu visita a El Palacio sientes en tu tobillo los colmillos de una Pituophis deppei. Sé valiente. (No es ciertooo, si en tu paseo te recibe un terrorífico cincuate, como también se llama a esa serpiente de Tlalpan, estarás a salvo porque carece de veneno).

En la cumbre de la ruina, a 8 metros de altura, voltea hacia el sur. Una delicia el paisaje con rascacielos metálicos trenzados con nubes húmedas y, como si estuvieras en un palco, la pista sobrevolada por corredor@s de 400 con vallas.

Ahora camina entre las plataformas y escalinatas de roca. Además de bolas de tenis, hallarás huellas de otra civilización: bolsitas de Fritos, vasos de unicel, envolturas de helados Holanda y demás vestigios de culturas posteriores a la de Cuiculco que subieron para admirar el horizonte mientras se echaban una botanita guardada en un contaminante polímero.

Cuando en 2 mil años los arqueólogos del futuro estudien El Palacio observarán la tullida pero corpulenta estructura del preclásico y también la colorida basura que les dejamos, reveladora señal de lo que fue nuestra civilización.

 

 

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