*El sumidero Popocatl y la Cueva de Totomochapa, ubicados en los municipios serranos de Tequila y Zongolica, resguardan leyendas ancestrales; sitios para montañistas, espeleólogos y caminantes en busca de conexión profunda con la tierra
Miguel Ángel Contreras Mauss
Zongolica, Ver.- Aquí, donde el agua humea y los pájaros cantan en la penumbra, late el corazón de un pueblo.
En lo más profundo de la sierra que conecta los municipios de Tequila y Zongolica, en la mística región de las Altas Montañas de Veracruz, se oculta un secreto natural que parece sacado de una leyenda ancestral.
El sumidero de Popocatl y la Cueva de Totomochapa, joyas geológicas que conjugan misterio, ciencia y tradición, aún poco exploradas por el turismo convencional.
Popocatl, cuyo nombre en náhuatl es nimia, que significa “agua que humea”, es un imponente sumidero de origen kárstico, una especie de abismo verde y azul donde el río Coatl desaparece entre la roca con una fuerza que estremece.
El agua se lanza en forma de cascada desde una altura de 60 metros, cayendo en un lago subterráneo de aguas frías y cristalinas. Desde arriba, la boca del sumidero tiene 45 metros de diámetro, una especie de ojo abierto en la tierra que respira humedad, niebla y un eco antiguo.
La maravilla fue explorada y registrada en abril de 1982 por los espeleólogos Philippe Ackermann y Genevieve Rouillon, pero su existencia es mucho más antigua: los pueblos nahuas siempre supieron de su fuerza y belleza.
Popocatl ha sido calificado como uno de los sistemas subterráneos más espectaculares de México. Su red interna alcanza un desnivel total de 76 metros y se extiende 150 metros hacia el noreste, ocultando en sus entrañas pasadizos y cavidades que desafían a los aventureros más experimentados.
A escasos kilómetros de ahí, aún más envuelta en la vegetación espesa y los susurros del bosque, la Cueva de Totomochapa, cuyo nombre poético se traduce como agua oculta de los pájaros”.
El rincón es un paraíso de biodiversidad: bromelias, orquídeas silvestres, árboles cubiertos de niebla y aves endémicas crean un entorno mágico que despierta los sentidos. Para los pueblos originarios, esta cueva también es sagrada.
Aquí, la naturaleza aún habla en voz baja, como si no quisiera ser descubierta por completo.